Miércoles, 28 de septiembre de 2016
En esta segunda página que dedicamos al Museo Arqueológico Nacional, visitaremos las salas dedicadas a la Protohistoria, nombre con el que, académicamente, se conoce a aquel momento de la historia de cada área cultural en que se comienza a escribir de sus habitantes. En la Península Ibérica, este período se inicia con la llegada de los fenicios, y seguidamente de los griegos, a principios del primer milenio a. C.
Desde el siglo IX hasta el I a. C., la mejora de las comunicaciones hizo posible que la Península Ibérica y las Islas Baleares formaran parte de las rutas comerciales atlántica, continental y mediterránea, lo que les facilitó, en parte, la obtención de importantes avances tecnológicos que favorecieron el surgimiento de los pueblos prerromanos. Estas culturas, cuyos nombres han llegado hasta nosotros gracias a las fuentes clásicas, son el resultado de mezclarse las poblaciones autóctonas y sus tecnologías con los nuevos materiales e intercambios llegados gracias a la existencia de unos mejores medios de comunicación.
La exposición, desarrollada entre las salas 10 y 17, se encuentra estructurada en tres partes: Las novedades del primer milenio (siglos IX - I a. C.), La formación de los pueblos prerromanos, e Iberia, un mosaico cultural.
En esta vitrina, se exponen diversas muestras del desarrollo experimentado en los sistemas de pesas y medidas, la escritura y de los avances tecnológicos logrados gracias a un mayor control del fuego, el agua y el aire tanto en la metalurgia del bronce, del hierro y de los metales preciosos, como en la fabricacion de cerámica.
Comenzamos nuestro recorrido por la Sala 10, con Las novedades del primer milenio (siglo IX a I a. C.), en donde se nos habla de cómo los avances en los transportes (uso de carros, de caballos y adelantos en la navegación) desarrollaron, mejorándolos, los sistemas de comunicación e intercambios comenzados en el Bronce Final.
A la par que los transportes van avanzando, también los sistemas de pesos y medida se van normalizando en las áreas continentales europeas y mediterráneas. En la Península Ibérica, se utilizan recipientes de diferente tamaño para el comercio de líquidos y grano; la mercancía se pesa o mide con balanzas y ponderales1; y para el pago, se cuenta con tortas de plata de un peso regulado, con partes del mismo, con lingotes de metal o trozos de metales preciosos y con cuentas de vidrio. Las monedas no se llegaron a utilizar hasta casi el final de este período.
Es en estos tiempos cuando surgen las lenguas y escrituras prerromanas, que serán utilizadas entre los siglos VIII a. C. y I d. C. Las primeras escrituras paleohispanas2 se basaron en los alfabetos fenicio y griego, de los que tomaron letras y sílabas; entre los siglos VIII y V a. C., en el Suroeste peninsular se utilizó la lengua y escritura tartésica4; entre los siglos V y I d. C., las lenguas ibéricas tuvieron distinta escritura, según fuera meridional o del Sureste, greco-ibérica (que utilizaba el alfabeto griego) y levantina o del Nordeste; la lengua celtíbera, de origen celta, se escribe en un desarrollo del ibérico levantino. Para la escritura de textos (jurídicos, comerciales, religiosos...) se utilizaban la piedra, las placas metálicas o las monedas. Cuando llegue la lengua y la escritura latina, los lusitanos utilizarán esta última para escribir su lengua de origen indoeuropeo.
El mayor control del fuego y del agua, junto al del aire, permitieron grandes avances en la metalurgia del bronce, en el surgimiento de la del hierro, en la mayor importancia del plomo y en que se modificara la explotación y producción de metales preciosos, al igual que la de la cerámica.
El bronce pasa de ser binario (aleación de cobre y estaño) a terciario (al añadirle plomo), lo que lo hace más resistente. La aparición del hierro, cuya manufactura obliga a obtener muy altas temperaturas para un posterior rápido enfriamiento, provocó tan grandes cambios culturales y tecnológicos que dio lugar a que esta etapa se llamara Edad del Hierro. Tras su aparición en la Península Ibérica, se cree que de la mano de fenicios y griegos (a pesar de los pocos vestigios hallados en sus factorías), aunque también puede haber sido desde la Europa central, tuvo una lenta expansión, no extendiéndose su uso de manera generalizada hasta el siglo V a. C. El plomo gana en importancia, ya que, además de en las aleaciones de bronce, es utilizado en la minería en la copelación de la plata, método por el que se consigue desprender las impurezas de esta última. Debido a las nuevas técnicas llegadas desde el Mediterráneo Oriental (soldadura, copelación) y a su coexistencia con otras locales (cera perdida), la explotación y producción de metales preciosos experimentan una gran transformación con la extracción de más mineral (por la copelación) y la obtención (por la soldadura) de nuevas piezas de oro huecas, decoradas con filigranas, de variados colores y engarzadas con piedras preciosas. La producción de cerámica experimenta también una gran transformación gracias a las novedades aportadas por los fenicios, como el horno o la cocción a temperaturas más elevadas, que logran un aumento de la producción en una menor cantidad de tiempo. A pesar de que la expansión de estos nuevos conocimientos desde la costa hacia el interior peninsular no tuvo un carácter homogéneo, las nuevas piezas son rápidamente copiadas en serie, surgiendo un nuevo oficio especializado que desarrollaba su labor en talleres alfareros situados en el exterior de las poblaciones. De todas formas, estas nuevas habilidades cerámicas no significan el fin inmediato de la producción manual, la cual es mejorada con nuevas decoraciones.
Timaterio de Calaceite. Se trata de un soporte para un brasero utilizado en actos rituales que fue hallado formando parte del ajuar de una tumba de un importante y desconocido personaje en la que, entre otros objetos, destacaban las armas, los elementos para un banquete y los vasos cerámica que lo formaban.
Durante la Edad del Hierro, las poblaciones existentes tanto en la Península Ibérica como en sus islas vieron aumentar su desarrollo gracias a la existencia de unas mejores condiciones climatológicas que favorecieron la economía agropecuaria y la llegada desde el mediterráneo de comerciantes y colonos que, culturalmente, incidirán profundamente en la población indígena. Llegamos a la segunda parte de la exposición sobre la protohistoria, centrada en La formación de los pueblos prerromanos.
La mayoría de las poblaciones peninsulares del Bronce Final evolucionan, entre los siglos IX a. C. y V a. C., gracias al aporte cultural y material que les proporciona la inicial colonización de atlánticos, centroeuropeos y mediterráneos. Esta evolución no fue homogénea en todos los lugares, diferenciándose, en función del propio nivel cultural y del de las relaciones mantenidas con los nuevos pobladores, la de los pueblos de la Meseta y de los valles de los ríos Duero, Ebro y Tajo. Estas comunidades fijan su comportamiento, sus relaciones y sus rituales, y a veces también la localización y estructura de sus pueblos y necrópolis5, de acuerdo con la voluntad de sus dioses, quienes las hacen llegar al pueblo a través de sus interlocutores. Así, se puede decir que la evolución de las sociedades del interior peninsular se sitúa entre la innovación y la tradición.
Las ciudades, de pequeñas dimensiones y situadas normalmente en lugares fáciles de defender y cercanos a cursos de agua, son, pese a las diferencias existentes entre distintos lugares, similares en cuanto a los zócalos de piedra, las paredes de barro y madera y la organización interior. Estos pueblos basan su economía en la producción de las tierras que los rodean: una agricultura basada en cereales y legumbres; una ganadería de ovejas y cabras con un progresivo aumento de vacas y cerdos; y la caza y recolección de lo que de por sí exista en el terreno. El comercio queda favorecido al disponer de almacenamiento, tinajas o silos, en los que guardar una parte de la producción.
Las nuevas rutas comerciales facilitan la aparición de una alta clase social a cargo de la producción, el intercambio y la distribución de los artículos. Las nuevas materias primas, como el hierro o la pasta vítrea, ajenas a la producción local o los nuevos productos de factura más especializada (como alimentos, ungüentos, telas...), otorgan a sus poseedores un mayor prestigio. Las relaciones personales eran muy importantes en estos intercambios comerciales, utilizando los regalos de objetos de lujo o las dotes nupciales para incrementar los vínculos socio-económicos ya existentes.
Las poblaciones de la Edad del Hierro contaban con rituales tanto para los vivos como para la muerte. Los destinados a los vivos se desarrollaban alrededor de la estirpe familiar, la naturaleza y la vida diaria. En los restos de poblaciones situadas en el valle del Ebro, han aparecido cuartos destinados a rituales en los que se utilizaban vasos especiales, altares portátiles y hogares con la forma de una piel de toro. En otras partes, en cambio, lo encontrado ha sido altares elevados situados junto a las viviendas, en los que han aparecido restos escogidos de animales que señalan la existencia de un posible culto doméstico. En los rituales para la muerte, y en particular en el valle del Ebro, aparece la cremación6 como el rito habitual de enterramiento, continuándose así la costumbre de los Campos de Urnas y de gran parte de los enterramientos fenicios. Las necrópolis se situaban en el exterior de las ciudades. Los restos del difunto, una vez quemados, se depositaban en las tumbas (fosas u hoyos con las paredes a veces recubiertas de lajas8 de piedra), a veces dentro de unas urnas, junto a un ajuar9 representativo de la posición que esta persona había ocupado en vida. La inhumación10 era una práctica poco habitual, reservándose ésta normalmente para los niños pequeños (enterrados bajo el suelo de la casa) y utilizándose con los adultos en casos particulares, como las primeras parejas en ser enterradas en el lugar o para mujeres llegadas de otros lugares con ocasión de matrimonio.
Vitrinas dedicadas a la colonización fenicia; en la de la derecha, junto a diversos objetos cerámicos, se expone el dibujo de cómo podría ser un asentamiento fenicio, mientras que en la de la izquierda, los elementos expuestos están relacionados con el ritual funerario fenicio.
La colonización fenicia se desarrolla en la Península Ibérica entre los siglos IX y VI a. C. La llegada y asentamiento de los comerciantes fenicios en el Sur peninsular, a finales del siglo IX a. C., fue una continuación de las antiguas rutas por las que durante el segundo milenio a. C. se había comerciado con productos procedentes de esta península. Para ellos, los objetivos más atrayentes eran las minas de plata de Huelva y del Oeste de Sevilla, y las de estaño del Norte portugués.
Estos contactos previos, basados inicialmente en intereses puramente comerciales, derivaron en la permanencia de estos comerciantes con interesantes aportaciones al territorio, como la de unas nuevas creencias y unos nuevos valores que formaron el llamado "período orientalizante", además de la llegada de unos nuevos habitantes que con el tiempo se mezclarían con la población indígena,.
Entre las colonias fundadas por los fenicios, destacan las de Gadir (Cádiz) o Ebussus (Ibiza). Normalmente, sus asentamientos los realizaban en islotes o en cerros de la costa, estaban amurallados y tenían una extensión de entre 2 y 10 hectáreas, correspondiendo esta última a la de su colonia más importante, Gadir.
Es con los fenicios con los que llega a la península la incineración como un rito de enterramiento; el cuerpo del difunto era perfumado, amortajado12 y quemado dentro o fuera de la tumba, acompañando sus restos de un ajuar formado por objetos del difunto y de otros utilizados como ofrendas a los dioses. Con él, se buscaba que el alma del difunto lograse llegar hasta la eternidad y permanecer allí junto a sus dioses. En las necrópolis, separadas de la población por cursos de agua, los miembros de la élite social eran enterrados en hipogeos14, dotados con pasillos de acceso y cámaras construidas con sillares15 que desempeñaban una función parecida a la de los panteones familiares, mientras que los de las demás clases sociales lo eran en fosas con nichos laterales conocidos como "tumbas de pozo".
Los fenicios trajeron consigo sus creencias y, dado que fue Tiro quien se encargó de la colonización de esta parte del mediterráneo, fue el culto a sus dioses el que los acompañó hasta aquí, levantándose santuarios en Gadir a sus dos principales divinidades: Melkart (Baal), protector del comercio, y Ashtart (Astarté), protectora del pueblo. En estos templos no había imágenes a las que adorar, siendo un importante cargo estatal el encargado de servir de intermediario entre los fieles y los dioses, y contando también con sacerdotes encargados de ofrendar los sacrificios y de interpretar los oráculos16.
Tartessos fue una zona geográfica situada en los valles del Guadalquivir y del Guadiana, y en el Sur del Portugal que alcanzó su período de mayor gloria entre los siglos VII y VI a. C. Sin embargo, la conquista de Tiro por Babilonia en el año 570 a. C. lleva consigo la desaparición de la metrópoli demandante de productos coloniales, provocando así una crisis económica en Tartessos que la lleva al cierre de minas y de centros metalúrgicos.
En Tartessos, mediante la combinación de elementos culturales locales, fenicios y griegos, se logró articular una sociedad que modificó sus organismos de mando y su estructura territorial. De este modo, de una sociedad tribal se pasó a un estado similar al de las monarquías orientales, cuyo gobierno, de carácter hereditario, era desempeñado por un rey con carácter sagrado. Su boyante economía, basada en la agricultura, la ganadería y la minería, en especial de plata y estaño, le permitió construir palacios y santuarios en imitación de los del Mediterráneo oriental. La riqueza de los mismos puede establecerse al contemplar las del santuario de El Carambolo o las de las tumbas de dos aristócratas aparecidas en el yacimiento de Aliseda (Cáceres).
Vitrina de armas íberas, muestra de la producción local, de los intercambios culturales, de las relaciones entre los pueblos íberos y de las vías de comunicación existentes en Iberia.
Comenzamos a continuación la tercera parte de la exposición de la Protohistoria, dedicada a Iberia, un mosaico cultural, en la que a través de seis unidades expositivas repartidas desde la sala 10 a la 17 se hace un resumen de los pueblos de Iberia y de sus islas, de las relaciones que mantenían entre ellos y de cómo fueron lentamente desapareciendo con la romanización.
En la Sala 10, se encuentra el apartado "Territorio e identidad", en donde, a través de varias vitrinas, se exponen cerámicas y armas de las diferentes zonas culturales de Iberia. En la cerámica, se puede apreciar tanto la identidad de los pueblos prerromanos como sus relaciones con la llegada de productos de Mediterráneo o de Centroeuropa que, tras su imitación, abandonan su estatus de lujo para pasar a ser un artículo de uso común. Igualmente, la aparición de armamento o de otros artículos lejos de sus lugares de procedencia nos enseña la existencia de vías de comunicación por las que trasladar el ganado y las mercancías. Unas vías que más adelante servirían a los invasores para el movimiento de sus ejércitos.
La Dama de Baza es una escultura de una importante dama de la sociedad íbera hallada en 1971 en el interior de una fosa situada en Baza, Granada. Los huesos quemados de la difunta se habían guardado en un hueco existente en el trono, mientras que en el suelo, alrededor de la estatua, se había dispuesto un ajuar compuesto de armas y cerámicas de lujo.
Pasemos a la Sala 11, en donde iniciaremos el recorrido por el apartado expositivo "Las poblaciones ibéricas" y, para ello, señalemos primero que como íbero se entiende a un gran número de poblaciones que, entre los siglos VI y I a. C., vivían en la zona meridional, oriental y Noreste de la Península Ibérica, prolongándose este asentamiento geográfico hasta el Languedoc francés. En la constitución de los íberos fueron determinantes las aportaciones de los colonizadores fenicios (Sur y Sureste), griegos (Este y Nordeste) y púnicos.
Los íberos estaban organizados en pequeños estados dotados de una organización social jerarquizada basada tanto en la posesión de la tierra y de sus productos como en el comercio. La estructura de estos estados se formaba en torno a unas capitales, sede del gobierno, dotadas de una respetable trama urbana, que se encontraban rodeadas por otros núcleos secundarios que podían tener carácter comercial, defensivo, minero o de explotación agropecuaria. Esta disposición ayudó al desarrollo de vías de comunicación, de la escritura, de un sistema de pesas y medidas homogéneo y, finalmente, de la moneda.
La jerarquización de las sociedades íberas constituyó un gran cambio con respecto al carácter más igualitario de las sociedades anteriores. Inicialmente, las poblaciones íberas se fueron instalando en distintos asentamientos fortificados dirigidos por una emergente aristocracia fundadora de linajes. La sociedad se divide así en tres clases sociales: una élite dueña del control político y económico, un nuevo grupo social formado por comerciantes y artesanos, y el campesinado. Las diferencias entre la primera y la tercera de las clases sociales se puede comprobar por la calidad de los distintos enterramientos y el tipo de ajuares hallados.
Dama de Galera. Se trata de una escultura de alabastro del siglo VIII a. C. que representa a la diosa fenicia Astarté y que fue hallada en una tumba ibérica del siglo V a.C. de la necrópolos de la antigua ciudad íbera de Tútugi (Galera), en Granada. El interior de la cabeza es hueco y por él se vertería el líquido (leche o perfume) utilizado en la libación que posteriormente, una vez sacralizado al pasar por el interior del cuerpo de astarté, saldría por los huecos que la figura tiene en sus pechos. Quizás éstos estarían cubiertos con una capa de cera que por el calor se derretiría, dejando pasar el líquido interior hasta llenar el cuenco que la escultura tiene sobre su regazo.
Los íberos daban una gran importancia a la muerte, fruto de la cual las necrópolis, situadas cerca de las ciudades y pueblos junto a cruces de caminos, fueron evolucionando desde las más pequeñas, datadas entre los siglos VI a V a. C., a las de mayor tamaño existentes a partir del siglo IV a. C. Las necrópolis más complejas y de ajuares más ricos halladas hasta ahora se corresponden con las situadas en el Sureste de Levante y en Andalucía, en donde destaca la existencia de esculturas de piedra.
Las esculturas de piedra se utilizaban, en las tumbas de miembros de la élite social, como decoración, señalización y para guardar las cenizas del difunto. Primeramente, entre los siglos VI y V a. C., las esculturas, guiadas por influencias griegas y orientalizantes, estaban formadas por figuras de animales fantásticos y reales que protegían las tumbas o que ensalzaban al difunto. Se encontraban en monumentos con forma de torre, pilares estela17 o sillares decorativos situados a la entrada de las tumbas. Más adelante, las tumbas son menos visibles desde el exterior y la riqueza queda más limitada a la composición de los ajuares, quedando el uso de las esculturas restringido a la señalización del enterramiento o, en casos especiales, a su interior. La temática de lo esculpido también cambia, concentrándose ahora en figuras del ritual funerario como plañideras18, procesiones, etc.
En la sala, entre otros elementos, podemos contemplar expuestos los tesoros de Jávea (Alicante), de La Puebla de los Infantes (Sevilla), de la Torre de Juan Abad (Ciudad Real) y de Perotito en Santisteban del Puerto (Jaén); varias maquetas de fortificaciones; armamento; la rueda del carro de Toya y una maqueta de esta impresionante tumba real; esculturas procedentes de necrópolis ibéricas; joyas y exvotos19 que formaban parte de los ajuares de las tumbas; y las dos esculturas mostradas en las fotografías adjuntas, correspondientes a la Dama de Baza y a la Dama de Galera.
En la Sala 12, situada en el patio Norte del museo y en la que continuamos con las necrópolis ibéricas, destacan el Monumento de Pozo Moro (Chinchilla de Montearagón, Albacete) y la Maqueta del túmulo20 75 de Tútugi (Galera, Granada).
El Monumento de Pozo Moro destaca por su tamaño entre los demás elementos expuestos. Se trata de una torre de piedra levantada sobre la sepultura de un personaje de gran importancia, quizás la de un rey cabeza de un linaje cuyos miembros fueron levantando sus propias sepulturas, de construcción menos ostentosa, a su alrededor, llegando así a formar una gran necrópolis.
El monumento fue hallado en Chinchilla de Montearagón, en Albacete, en un punto estratégico para las comunicaciones de la Meseta con Levante y con el Valle del Guadalquivir.
La base de todo el monumento estaba formada por arcilla roja, sobre la que se levantó una pira21 funeraria en la que fueron quemados el cuerpo del difunto y su ajuar. Alrededor del monumento, se puso un suelo de guijarros y un murete de adobe22, con forma de piel de toro, que delimitaba el lugar y que, en el museo, lo encontramos dibujado en el suelo alrededor de la torre.
Este monumento funerario, que se puede interpretar por su construcción, decoración y simbolismo como una "torre del alma", guarda grandes similitudes arquitectónicas, técnicas y estilísticas con los existentes en Oriente Medio, lo cual es debido a la presencia fenicia en el sur de la Península Ibérica.
La torre, de base escalonada, dos cuerpos de altura y relieves en sus paramentos23, vio aumentada su altura original al construirle posteriormente un remate. El monumento contaba con leones, un símbolo de realeza y de poder, así como de la protección que la divinidad otorgaba al difunto, situados en cada esquina de la línea de arranque de ambos cuerpos.
Aunque no está demostrado, se ha especulado con la posible existencia de un tercer cuerpo que, como remate, estaba formado por una escultura sostenida sobre sillares.
En la regularidad de sus sillares, el trazado sus líneas y la disposición a soga y tizón24 de los mismos, así como en la fijación de su estructura mediante la utilización de grapas con forma de colas de milano25, se observa la existencia de unas elevadas técnicas de cantería, contando algunos de sus bloques con marcas de cantero.
En el centro del patio, permanece expuesta la Sepultura número 75, una de las más importantes de la necrópolis ibérica de Tútugi, en Galera (Granada), que estaba formada por una cámara cuadrada de 3 x 3 metros de lado y 2 metros de altura a la que se llegaba tras avanzar por un corredor lateral y un vestíbulo. Todos sus elementos se encontraban cubiertos por un túmulo circular de un diámetro de entre 26 y 30 metros, que fue levantado a base de sucesivas capas de tierra y piedra y reforzado con muros de piedra seca (esto es sin argamasa26 ni mortero27).
La fecha de datación de la sepultura es de mediados del siglo IV a. C.
En la Sala 13, llegamos hasta una de las obras singulares del museo: la Dama de Elche, una escultura ibérica de una dama de bellas facciones y ricamente ataviada de la que se desconoce si es representación de una diosa, sacerdotisa, aristócrata o novia, aunque en la actualidad se cree que es la imagen de una aristócrata íbera divinizada por sus descendientes. De la escultura, dadas sus formas, se especula con si es un busto como el de la Dama de Baza, si es una escultura de cuerpo entero como el de la Gran Dama del Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete), o si, como es tradición en la escultura ibérica, es una imagen sedente28. En su parte posterior, posee un orificio del que igualmente se desconoce su función, pudiendo ser una sujeción a la pared, un relicario29 o una urna cineraria30.
Originalmente, se trataba de una escultura policromada y con los ojos cubiertos con pasta vítrea31 de cuya desconocida autoría se especula con si cabe atribuírsela a un griego por encargo de un íbero o a un escultor de formación griega.
Tras su hallazgo en 1897 en el yacimiento de La Alcudia, en Elche (Alicante), su propietario la vendió al francés Museo del Louvre, en donde permaneció hasta 1941, año en que fue devuelta a España dentro de un intercambio de obras de arte.
La Vajilla de Abengibre se encontró, en 1934, cerca de un poblado prerromano situado en Abengibre, en Albacete. Es un conjunto de platos, pateras y cuencos realizados en plata que, se supone, formaban parte de los objetos ceremoniales de un santuario que fueron escondidos en algún momento de peligro. Algunas de las piezas están decoradas con motivos vegetales y presentan inscripciones votivas (ofrecidas por voto) en alfabeto ibérico meridional.
En esta misma sala, se exponen objetos relacionados con los santuarios íberos, ya que a pesar de desconocer los nombres de sus divinidades, sí se sabe que, además de otros dioses, tenían una diosa madre que los protegía en la vida y en la muerte. Inicialmente, los reyes desempeñaban, en el palacio, la máxima autoridad religiosa, hasta que posteriormente fue creándose una clase social religiosa y levantándose santuarios y templos, normalmente cerca de vías de comunicación.
Otras piezas expuestas son unos relieves procedentes del poblado íbero de Osuna (Sevilla), diferentes objetos de cerámica y exvotos procedentes de diferentes santuarios del Sureste y de Levante (como los de La Alcudia, en Elche; La Alberca, en Murcia; o el Santuario del Cerro de los Santos, en Albacete), o de Sierra Morena (Santa Elena o Castellar, ambos en Jaén). Es de destacar también las piezas de plata que formaban parte de la vajilla ceremonial de un templo halladas Abengibre (Albacete).
Unas obras expuestas de curioso historial son las falsificaciones realizadas a principios del siglo XX que llegaron a estar muy cerca de engañar a algún reputado arqueólogo.
La Sala 14: los pueblos célticos está dedicada a aquellos pueblos prerromanos y de orígenes indoeuropeos, preceltas y celtas que, entre los siglos V a. C y I d. C., se establecieron en el Norte, Oeste y centro de la Península Ibérica recibiendo distintas influencias atlánticas y centroeuropeas (por el Noroeste) y mediterráneas (por el Sur y el Este). Su presencia en tres grandes períodos evolutivos: uno inicial, comprendido entre el momento de su llegada y los inicios del siglo IV a. C.; un segundo período que acaba a finales del siglo III a. C y en el que toda la zona ocupada por ellos se va celtiberizando, con excepción de la situada en el valle medio del Ebro, que se iberiza; y finalmente, el tercero y último, que termina en el siglo I d. C. y está caracterizado por una desigual romanización. Estos pueblos adoptaron en el siglo II a. C. la moneda y la escritura ibérica, utilizando esta última para escribir en sus lenguas de origen distintos textos jurídicos, téseras32 de hospitalidad o los nombres de sus ciudades en las monedas.
Los pueblos célticos se dividieron el territorio entre sus diferentes etnias, llegando a formar estados de poco tamaño que se agrupaban en confederaciones. El parentesco era algo básico en su relaciones, formando la gens (familias, gentes) todos aquellos que descendían de un mismo antepasado.
Las élites de una localidad basaban primeramente su posición en su reputación bélica y más adelante, desde finales del siglo IV d. C. y principios del III d. C., en la de su economía, en la posesión de ganados y/o de cultivos, o en su capacidad de llevar a cabo intercambios comerciales. Sus sociedades, como así se puede desprender de los ajuares hallados en viviendas y sepulturas, estaban muy jerarquizadas, correspondiendo el primer puesto de la escala social a un principie (rex) y continuando, en sentido descendente, con la aristocracia (elites), los guerreros a caballo (equites), los guerreros a pie, los artesanos y, por último, el resto del pueblo. Además de la anterior estructura piramidal, algunas sociedades tenían, desde el siglo II a. C., asambleas populares en las que se reunía el pueblo, un consejo de ancianos ilustres y de magistrados electos.
La población adornaba su indumentaria con distintos objetos realizados en metal, correspondiendo algunos de ellos obviamente sólo a las élites. Aquí es de interés señalar que de los metales nobles, el oro sólo era utilizado en el Noroeste peninsular, a diferencia del resto de territorio, en el que se empleaba la plata.
En la sala, a través de vitrinas temáticas, se exponen diferentes y numerosos objetos de adorno, útiles de trabajo y armamento celtas, entre los que destacan los elementos de joyería, algunos de ellos símbolos de la posición social de su poseedor (fíbulas33, torques34 o diademas35), los dos verracos36 y la recreación de dos sepulturas, una con estela y otra tumular, que mostramos en la fotografía adjunta.
Este túmulo debió de pertenecer a uno de los miembros de la élite local, un jinete guerrero (equite) o un patriarca y posible fundador de un linaje, ya que contiene uno de los ajuares más ricos de toda la necrópolis. Su estado de conservación se debe al hecho de haber quedado protegido por la muralla existente en su parte posterior.
El ajuar está formado por armamento (puñal, vaina y lanza), arreos37 de caballo (cabezada40, bocado, serretón44 y pasarriendas), objetos propios del hogar (morillo45, pinchos y tenazas) y los restos de un caldero de bronce utilizado como urna.
La Dama de Ibiza es una escultura de terracota realizada entre los siglos IV y III a. C. que fue hallada, a principios del siglo XX, en la necrópolis, de 1,2 hectáreas de extensión, de Puig des Molins, perteneciente a la antigua colonia fenicia de Ebussus (Ibiza).
En la Sala 15, veremos las vitrinas dedicadas a las poblaciones púnicas, llegadas a la península en el siglo VI a. C., tras la caída de Tiro en manos del imperio babilónico, ocasión que es aprovechada por griegos y cartaginenses para expansionar sus zonas de poder por el Mediterráneo Occidental. En esta expansión, es Cartago quien, desde la segunda mitad del siglo VI a. C., se hace con el control del Mediterráneo Occidental, y antiguas colonias fenicias como Gadir (Cádiz), Ebussus (Ibiza) o Baria (Villaricos, Almería) pasan a estar bajo el dominio de Cartago. Los púnicos, además de aportar nueva población a estas tierras, crearon nuevas factorías, como la de Na Guardis, en Mallorca, fundada desde Ebussus; cambiaron la explotación de otras como Gadir, que vio cómo su economía, basada hasta entonces en el comercio de metales procedentes del Suroeste de la Península Ibérica, comenzó a explotar los mares que la rodeaban con la fabricación de salsas y salazones de pescado, y de las ánforas en que éstas se transportaban para su comercio.
Tras la colonización púnica, cambian los hábitos de enterramiento, generalizándose la inhumación en el interior de fosas e hipogeos; las primeras estaban forradas y cerradas con losas de piedras, mientras que los segundos, formados por una cámara hasta la se accedía mediante rampas o pozos, estaban excavados en la roca y tapados igualmente por una losa de piedra. Los cuerpos de los difuntos eran depositados directamente sobre el suelo o introducidos en sarcófagos construidos con piedra o madera. En las tumbas se enterraban de uno a doce difuntos y a veces se marcaba el lugar de enterramiento con una estela o betilo (piedra sagrada) de piedra. En los ajuares de sepulturas púnicas se han hallado distintos elementos de carácter religioso o mágico, como ofrendas de alimentos, resinas olorosas, combustibles, terracotas o vasos de cerámica para la libación46 y otros de distinto carácter, como adornos personales, amuletos, escarabeos47 o huevos de avestruz.
Entre el material expuesto en la sala, se encuentra el procedente de dos necrópolis de considerable importancia como son las de Puig de Molins, en Ibiza, y de Villaricos, en Almería.
Una señal distintiva de la llegada de los cartaginenses a las antiguas colonias fenicias es la sustitución en los antiguos santuarios de los dioses a los que rendir culto; así, comienza el culto a Baal Hammón y Tanit, en sustitución de Melkart y Astarté.
Los Toros de Costitx, pertenecientes a la cultura postalayótica y, al parecer, efigies de una deidad, se realizaron entre los siglos V y III a. C. y fueron encontrados en el yacimiento arqueológico del santuario del Predio de Son Corró, situado en Costitx, en Mallorca. Los toros, huecos en su interior, se fundieron en bronce con la técnica de la cera perdida y posteriormente, ya en frío, se les esculpieron los distintos detalles. No están formados por una única pieza, ya que los cuernos y las orejas se realizaron aparte y se unieron después, remachados, a la pieza principal. Los ojos de algunos de los toros estaban rellenos con pasta vítrea.
Otra antigua cultura de la que se exponen objetos en la sala es la talayótica, desarrollada en las islas de Mallorca y Menorca, mientras las otras dos islas baleares de Ibiza y Formentera eran colonizadas sucesivamente por fenicios y cartaginenses.
La historia de la cultura talayótica, desarrollada durante el I milenio a. C., se divide en dos etapas: una primera entre el 900 y el 500 a. C., conocida como Talayótico I, en la que se construyeron monumentos defensivos con forma de torres y santuarios que perduraron hasta la colonización romana y en cuyos ritos de enterramiento coexistieron la cremación y la inhumación; y otra segunda desde el 500 al 123 a. C., el Talayótico II, en la que destacan la aparición de la cerámica a torno y el arraigo de la arquitectura religiosa caracterizada por santuarios y taulas48. Es durante este segundo período cuando los cartaginenses fundaron en Mallorca la factoría de Na Guardis. A pesar de la conquista romana en 123 a. C., la cultura talayótica continuó existiendo hasta el inicio del siguiente milenio.
De la cultura talayótica se exponen en la sala, entre otros elementos, los toros de Costitx y diferentes maquetas, como la de la naveta des Tudons, un lugar de enterramiento, o la de la taula de Torralba d'en Salort, un santuario, ambos en Menorca.
Restos momificados de un hombre encontrados, en 1776, en el Barranco de Herques, localizado entre los municipios de Güimar y Fasnia, en la Isla de Tenerife.
Finalmente, entre las salas 15 y 16 se encuentra el espacio expositivo dedicado a la arqueología canaria. Canarias, antes de la expansión del Imperio romano, fue colonizada primeramente por bereberes procedentes del Norte de África que llegaron hasta Lanzarote y Tenerife, no siendo colonizadas las demás islas hasta el cambio de Era. A las islas irán llegando sucesivos aportes de población hasta el año 1496, momento en que finaliza la conquista hispánica del archipiélago. Cada isla, dados los distintos contingentes de población recibidos y las distintas épocas de su llegada, experimentó un desarrollo cultural diferente al de las demás.
La historia de las sociedades canarias está basada en los restos arqueológicos aparecidos y en las crónicas de los conquistadores europeos, en donde se describen las costumbres y modo de vida canarios.
En este espacio, y entre otros elementos, destaca la foto del interior de la cueva pintada de Galdar, en Las Palmas, y la momia de un hombre encontrada en la isla de Tenerife. Una de las señales distintivas de las islas, sobretodo en Tenerife, Gran Canaria y La Palma, fue la momificación de señalados personajes de sus sociedades. Para ello se lavaba el cuerpo del difunto, se secaba al sol y al humo y era cubierto por una capa de grasa, ceniza y plantas aromáticas extendida sobre el mismo. Por último, se envolvía entre pieles y era depositado sobre maderas o tejidos vegetales en enterramientos colectivos situados en el interior de cuevas a las que fuera complicado su acceso.
En las Salas 16 y 17: de Iberia a Hispania, observamos la transformación de la Iberia prerromana a la Hispania romana. Para ello, tenemos que ir hasta las Guerras Púnicas (enfrentamientos bélicos entre Roma y Cartago) y, en particular, a la I Guerra Púnica (264 a. C.-241 a. C.), en que Cartago fue derrotada por Roma. Hasta ese momento, los pueblos que habían llegado a Iberia procedentes del Mediterráneo se habían limitado a la fundación de colonias y al trato con las élites locales, las cuales poseían el control sobre las riquezas autóctonas. Sin embargo, esta situación se transformó con la llegada a Iberia de los cartaginenses, quienes, tras su derrota antes mencionada y la posterior pérdida en 238 a. C. de Córcega y Cerdeña a manos de los romanos, desembarcaron en Iberia con la intención de apoderarse de los abundantes recursos agrícolas y mineros existentes en esta tierra, concretamente los metales preciosos del Sur, y compensar así las pérdidas económicas sufridas frente a Roma.
Los cartaginenses habían pactado con los romanos no superar la frontera del río Ebro, dándose la situación de que al Sur del mismo se encontraba la próspera ciudad de Sagunto, aliada de Roma. El cerco y posterior conquista de la misma por el general cartaginés Aníbal significó el comienzo de la Segunda Guerra Púnica (218 a. C.-201 a. C.) y con ello la entrada en Iberia de los romanos.
La población local, formada por un heterogéneo grupo de etnias, se había ido estructurando a lo largo del siglo III a. C. en diversas ciudades-estado que tomaron partido por Roma o Cartago en función de sus propios intereses y aportando al bando elegido alimentos, dinero u hombres.
Tras la derrota cartaginense, los romanos emprendieron la conquista de Iberia, una labor que tardaron dos siglos en completar hasta llegar al año 19 a. C. con la derrota infringida a cántabros y astures durante el gobierno (27 a. C.-14 d. C.) del emperador romano César Augusto.
Para la derrota y/o sometimiento de la población local, Roma utilizó varias tácticas: buscaba la alianza con las ciudades y las apoyaba en sus enfrentamientos previos con otras; la deportación de la población derrotada cuando no su captura como esclavos; la conquista económica por parte de comerciantes romanos que aportaban nuevos artículos y nuevas formas de producción; o el establecimiento de centros de producción a cargo de explotaciones agrícolas y mineras.
De esta manera, llegamos al año 197 a. C. en que los romanos dividen a Hispania en dos provincias: la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior, "la más cercana" y "la más alejada", respectivamente. Sin embargo, como pueden atestiguar los doscientos años que tardaron en su realización, la conquista de Hispania no fue un paseo militar para los romanos, que se vieron obligados a cambiar no sólo sus tácticas, sino también su calendario, como hicieron en el año 153 a. C., momento en que el inicio de un nuevo año se adelantó desde el 15 de marzo al 1 de enero para así poder enviar antes las tropas necesarias para sitiar la ciudad de Segeda, cuyos restos se encuentran en la actual provincia de Zaragoza, entre las localidades de Mara y Belmonte de Gracián.
La conquista de Hispania por Roma significó para aquella un cambio general de sus estructuras políticas, económicas y sociales. Así, tras una primera asimilación por parte de las élites íberas de lo que eran y significaban las costumbres y valores romanos, éstos se propagaron posteriormente entre el resto de la sociedad. Una muestra de ello se dio en la uniformidad de los soldados íberos, que se fue asemejando paulatinamente a la del ejército romano, y en las vestimentas y adornos de las élites urbanas, con el uso, como prenda habitual, de la toga49 romana.
En la Sala 16, se exponen, entre otros elementos, monedas indígenas y romanas, algunos de ellos antiguos pequeños tesoros ocultados y perdidos por sus dueños ante una situación de emergencia; la maqueta del sitio romano de Numancia; partes del equipo militar individual (armas y herramientas); elementos de la explotación minera; y relieves en donde se muestra la asimilación de Roma por parte de la población nativa.
Conjunto escultórico de Azaila. Azaila era una antigua población prerromana situada en la actual Teruel que fue destruida alrededor del año 75 d. C., durante la Primera Guerra Civil de la República Romana, librada entre los cónsules romanos Mario y Sila, al tomar partido por Sertorio, gobernador de Hispania y seguidor del derrotado bando de Mario.
Pasamos a la Sala 17, donde continúa el tema anterior, de Iberia a Hispania, fijando su atención en la Romanización, Interacción e Integración de las poblaciones íberas, una situación que en ocasiones se vio favorecida por la situación de acoso que los locales habían experimentado de los cartaginenses. Así, primero las élites y a continuación el resto del pueblo, comenzarán a educar a sus descendientes como romanos. Se adoptaron sus vestimentas, los pactos y reglas se redactaron en celtibérico y latín, y comenzaron a utilizarse nombres latinos.
Igualmente, se empezaron a importar productos de lujo (vajillas, esculturas...) y de consumo (vino, aceite...) para terminar copiando a los primeros y produciendo los segundos. No obstante, como podemos leer en uno de los carteles de esta sala, en el siglo I d. C., el poeta hispano Marcial todavía escribía "Nosotros, nacidos de celtas y de íberos", unas palabras que van en consonancia con el hecho de que la población local vio perdida su identidad, diluida bajo las formas romanas.
En la exposición de la sala, destacan, por el espacio que ocupan, los sillares del conjunto B de Osuna, de construcción íbera y basados en temas militares, en donde es notoria la influencia romana, y el conjunto escultórico de Azaila, en Teruel, que vemos en la fotografía adjunta. Asimismo, hay otros objetos de particular interés, como la vitrina dedicada a las monedas locales, en donde nos recuerdan que de muchas antiguas ciudades íberas sólo han quedado las monedas que acuñaron, existiendo según este criterio hasta 150 ciudades íberas con la suficiente importancia económica como para acuñar moneda.
Lourdes Morales Farfán es Licenciada en Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. ↑
Desde "una Ventana desde Madrid", queremos agradecer a la dirección del museo y a su departamento de comunicación las facilidades dadas para la realización de este reportaje, así como la ayuda y la atención prestadas por el personal del museo.
- 1 Ponderal: Perteneciente o relativo al peso. ↑
- 2 Escritura paleohispana: Al hablar de escrituras paleohispanas, o paleohispánicas, nos referimos a sistemas de escritura creados en la Península Ibérica antes de que el alfabeto latino pasase a ser el sistema de escritura dominante. Se usaron desde el siglo V a. C. hasta finales del I a. C. o principios del I d. C. Estos sistemas (salvo el alfabeto greco-ibérico) tienen signos de valor silábico para las oclusivas3 y signos con valor alfabético para las demás consonantes y vocales. ↑
- 3 Oclusiva: Dicho de una consonante: De articulación caracterizada por el contacto de los órganos fonatorios en algún punto del canal vocal y, consecuentemente, por la interrupción de la salida del aire espirado. ↑
- 4 Escritura tartésica: También es conocida como del Sudoeste (sudoccidental) de la Península Ibérica y como sudlusitana. Se trata de una escritura paleohispánica parecida a la escritura ibérica suroriental, tanto por la forma de los signos como por el valor que éstos representan; se diferencia en que la paleohispánica expresa lengua ibérica, mientras que la tartésica expresa una lengua que todavía no ha podido ser relacionada con ninguna otra. Se escribe, mayoritariamente, de derecha a izquierda y el ámbito de uso se ubica en el cuadrante sudoccidental de la Península Ibérica, es decir, principalmente en el Algarve y en el Bajo Alentejo, y de manera residual en Andalucía occidental y Extremadura. El único soporte sobre el que aparece es en grandes losas de piedra. ↑
- 5 Necrópolis: Cementerio de gran extensión en que abundan los monumentos fúnebres. ↑
- 6 Cremación: Incineración. // Acción y efecto de incinerar7. ↑
- 7 Incinerar: Reducir algo, especialmente un cadáver, a cenizas. ↑
- 8 Laja: Lancha. // Piedra más bien grande, naturalmente lisa, plana y de poco grueso. ↑
- 9 Ajuar: Hacienda, bienes, conjunto de objetos propios de una persona. ↑
- 10 Inhumación: Acción y efecto de inhumar11. ↑
- 11 Inhumar: Enterrar un cadáver. ↑
- 12 Amortajar: Poner la mortaja13 a un difunto. ↑
- 13 Mortaja: Vestidura, sábana u otra cosa en que se envuelve el cadáver para el sepulcro. ↑
- 14 Hipogeo: Bóveda subterránea que en la Antigüedad se usaba para conservar los cadáveres sin quemarlos. ↑
- 15 Sillar: Piedra labrada, por lo común en forma de paralelepípedo rectángulo, que forma parte de un muro de sillería. ↑
- 16 Oráculo: Especialmente en la Antigüedad grecorromana, respuesta que una deidad daba a una consulta, a través de un intermediario y en un lugar sagrado. ↑
- 17 Estela: Monumento conmemorativo que se erige sobre el suelo en forma de lápida, pedestal o cipo. ↑
- 18 Plañidera: Mujer llamada y pagada que iba a llorar a los entierros. ↑
- 19 Exvoto: Don u ofrenda, como una muleta, una mortaja, una figura de cera, cabellos, tablillas, cuadros, etc., que los fieles dedican a Dios, a la Virgen o a los santos en señal y recuerdo de un beneficio recibido, y que se cuelgan en los muros o en la techumbre de los templos. // Ofrenda que los gentiles hacían a sus dioses. ↑
- 20 Túmulo: Sepulcro levantado de la tierra. // Armazón de madera, vestida de paños fúnebres, que se erige para la celebración de las honras de un difunto. // Montecillo artificial con que en algunos pueblos antiguos era costumbre cubrir una sepultura. ↑
- 21 Pira: Hoguera en que antiguamente se quemaban los cuerpos de los difuntos y las víctimas de los sacrificios. ↑
- 22 Adobe: Masa de barro mezclado a veces con paja, moldeada en forma de ladrillo y secada al aire, que se emplea en la construcción de paredes o muros. ↑
- 23 Paramento: Cada una de las dos caras de una pared. ↑
- 24 A soga y tizón: En una edificación, construir "a soga" es disponer los sillares horizontalmente por su lado más largo para levantar una pared, mientras que "a tizón" es hacerlo por su lado más corto. De este modo, "a soga y tizón" es una combinación en la que los bloques se van alternando uno por el lado más largo y el otro por el más corto. Fue muy usado en la arquitectura hispano-musulmana. ↑
- 25 Colas de milano: Adorno arquitectónico similar a la cola de milano. ↑
- 26 Argamasa: Mortero hecho de cal, arena y agua, que se emplea en las obras de albañilería. ↑
- 27 Mortero: Conglomerado o masa constituida por arena, conglomerante y agua, que puede contener además algún aditivo. ↑
- 28 Sedente: Que está sentado. ↑
- 29 Relicario: Lugar donde están guardadas las reliquias. ↑
- 30 Cineraria: Destinada a contener cenizas de cadáveres. ↑
- 31 Vítreo: Hecho de vidrio o que tiene sus propiedades. ↑
- 32 Tésera: Pieza cúbica o planchuela con inscripciones que los romanos usaban como contraseña, distinción honorífica o prenda de un pacto. ↑
- 33 Fíbula: Especie de hebilla o broche que se usaba para sujetar las prendas de vestir. ↑
- 34 Torques: Collar que como insignia o adorno usaban los antiguos. ↑
- 35 Diadema: Joya femenina, en forma de media corona abierta por detrás, que se coloca en la cabeza. // Adorno o aderezo femenino en forma de aro abierto, que sujeta el pelo hacia atrás. // Faja o cinta blanca que antiguamente ceñía la cabeza de los reyes como insignia de su dignidad y remataba por detrás en un nudo del cual pendían los cabos por encima de los hombros. ↑
- 36 Verraco: Cerdo padre. ↑
- 37 Arreo: Guarniciones38 o jaeces39 de las caballerías de montar o de tiro. ↑
- 38 Guarnición: Conjunto de correajes y demás efectos que se ponen a las caballerías para que tiren de los carruajes o para montarlas o cargarlas. ↑
- 39 Jaez: Adorno de cintas con que se entrenzan las crines del caballo. // Adorno que se pone a las caballerías. ↑
- 40 Cabezada: Correaje que ciñe y sujeta la cabeza de una caballería, al que está unido el ramal41. // Guarnición de cuero, cáñamo o seda que se pone a las caballerías en la cabeza y sirve para afianzar el bocado43. ↑
- 41 Ramal: Ronzal42 asido a la cabezada de una bestia. ↑
- 42 Ronzal: Cuerda que se ata al pescuezo o a la cabeza de las caballerías para sujetarlas o para conducirlas caminando. ↑
- 43 Bocado: Parte del freno que entra en la boca de la caballería. ↑
- 44 Serretón: Serreta: Mediacaña de hierro, de forma semicircular y con dientes o puntas, que se pone sujeta al cabezón sobre la nariz de las caballerías. ↑
- 45 Morillo: Cada uno de los caballetes de hierro que se ponen en el hogar para sustentar la leña. ↑
- 46 Libación: Acción de derramar vino u otro licor en honor de alguna divinidad. // Entre los antiguos paganos, ceremonia religiosa que consistía en derramar vino u otro licor en honor de los dioses. ↑
- 47 Escarabeo: Amuleto de vida y de poder que tenía forma de escarabajo pelotero, y que representaba al Sol naciente, siendo símbolo en la mitología egipcia de la resurrección. ↑
- 48 Taula: Monumento megalítico frecuente en Menorca, constituido por una piedra colocada verticalmente en el suelo, que soporta otra plana horizontal, con la que forma como una mesa. ↑
- 49 Toga: Vestidura talar que usaban encima de la túnica los antiguos romanos, consistente en una pieza larga de tela enrollada alrededor del cuerpo. ↑
HORARIOS DE APERTURA/VISITA:
- De martes a sábados: 9:30 a 20:00 horas.
- Domingos y festivos: 9:30 a 15:00 horas.
El museo permanecerá cerrado todos los lunes del año y los días 1 y 6 de enero, 1 de mayo y 24, 25 y 31 de diciembre.
LOCALIZACIÓN Y COMUNICACIONES:
TREN:
- Estación de Recoletos (Salida por Paseo de Recoletos, Pares, esquina Calle Villanueva; Líneas de Cercanías Madrid C-1,C-2, C-7,C-8, y C-10
METRO:
- Estación de Serrano, Línea 4.
- Estación de Retiro, Línea 2.
AUTOBÚS:
- Líneas 1, 9, 19, 51 y 74 paran delante del Museo.
- Líneas 5, 14, 27, 45 y 150 paran en el Paseo Recoletos
- Líneas 21 y 53 paran en la Plaza de Colón
- Líneas 2, 15, 20, 28, 52 y 146 paran en la Plaza de la Independencia
COCHE:
- Plaza de Colón, Jardines del Descubrimiento (plazas reservadas para personas con discapacidad).
- Calle Jorge Juan y Plaza de la Independencia, Aparcamiento 3 de Serranopark (24 plazas reservadas para personas con discapacidad)
BICICLETA:
- La Calle Serrano dispone de un carril bici
Los datos de comunicaciones se han obtenido, en septiembre de 2016, de la información que facilita en su web oficial el Museo Arqueológico Nacional, no haciéndose "una Ventana desde Madrid (uVdM)" responsable de las posibles modificaciones de horarios y otros datos que puedan llevar a cabo en el futuro los organismos aquí citados.
BIBLIOGRAFIA Y ENLACES EXTERNOS:
- "Museo Arqueológico Nacional. Guía"; Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; Edita: Secretaría General Técnica, Subdirección General de Documentación y Publicaciones; NIPO: 030-16-385-6; ISBN: 978-84-8181-645-7; Depósito Legal: M-13388-2016.
- Ramón Guerra de la Vega: Guía de Madrid, Siglo XIX, Tomo I; Edita: Ramón Guerra de la Vega; Imprime: Monterreina, S.A.; ISBN: 84-88271-06-91, Depósito legal: M. 25493-1993.
- Web oficial del Museo Arqueológico Nacional
- Boletín del Museo Arqueológico Nacional, nº 32/2014; Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; Edita: Secretaría General Técnica, Subdirección General de Documentación y Publicaciones; NIPO: 030-15-185-5; ISBN: 2341-3409.
- "Museo Arqueológico Nacional. Un museo totalmente renovado", dossier de prensa; Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, marzo 2014.
- DRAE