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una Ventana desde Madrid

Andalucía

Sevilla (IX): siglo XVI, el Renacimiento en Sevilla (II)


Introducción



En esta página, la segunda que dedicamos al siglo XVI en Sevilla, recorreremos los conventos construidos durante esta centuria que aún se conservan en la ciudad. Pero antes de continuar, creemos que debemos recordar cómo esta etapa, gracias a tener el monopolio del comercio con América, fue la más gloriosa de la historia de Sevilla, con todo lo que ello conlleva en cuanto a una mayor disponibilidad de recursos económicos. Unos recursos que, dada la gran religiosidad del hombre de la época, en la que, además, existía una gran armonización entre los intereses de la Iglesia y de la Corona, ayudaron económicamente en el crecimiento del número de conventos, iglesias, cofradías y diversas manifestaciones religiosas.

Todo ello hace que la Iglesia –en un siglo caracterizado, desde el punto de vista religioso, por el misticismo, la Reforma protestante y la Contrarreforma católica– no sólo aumente su riqueza, sino también que se asegure su poder e influencia institucional, algo a lo que no es ajena la existencia de la Inquisición.

Sevilla, Convento del Espíritu Santo

Convento del Espíritu Santo.

El primer Tribunal de la Inquisición, con carácter permanente, se estableció en Sevilla en 1480 (o 1482, según otras fuentes), teniendo por sede desde 1481 el Castillo de San Jorge. Su ubicación en esta ciudad se debió al gran número de judíos y moriscos1 conversos que aquí vivían; y es que no debemos de olvidar que la Inquisición sólo podía juzgar a aquellos herejes –además de, entre otros, a brujos, hechiceros, blasfemos– que habían sido bautizados como católicos. A partir de 1492, a los judíos esto les afectaba en su totalidad ya que, tras su expulsión de España en este año, sólo habían quedado los conversos al cristianismo. Lo mismo que pasó tras conversión forzosa de los moriscos españoles durante el primer cuarto del siglo XVI, tras la que no había nadie en el país que no estuviera bautizado como cristiano.

Los Autos de Fe, en los que se hacía proclamación pública de las acusaciones y sentencias, se desarrollaban en la Plaza de San Francisco, mientras que los quemaderos, a donde eran conducidos los condenados a la hoguera, se encontraban inicialmente en el campo de Tablada y, posteriormente, en el Prado de San Sebastián. Este último quemadero, construido de piedra y ladrillo, era como una mesa cuadrada con una estatua en cada una de sus esquinas. Se derribó en 1809 y sus cimientos pueden encontrarse cerca de la estatua del Cid.

Desde la llegada de la Inquisición hasta el primer cuarto del siglo XVI, fueron quemados –muchos de ellos sólo en efigie, al no haber podido ser detenidos– alrededor de un millar de condenados, según algunas fuentes, o aproximadamente unos cuatro mil, según otras. La mayoría de los condenados eran conversos judíos, aunque desde la segunda mitad del siglo XVI, debido al mayor número de extranjeros que acudían a Sevilla por las oportunidades comerciales que ofrecía la ciudad, hubo también un gran número de acusados de protestantismo.

Como podemos leer en el libro “Historia de Sevilla”, de José María de Mena, los Reyes Católicos, al solicitar del Papa Sixto IV el establecimiento de un Tribunal de la Inquisición en España, insistieron en que éste no estuviera sujeto jurisdiccionalmente a la Iglesia española, con la que Sus Católicas Majestades habían tenido algunos enfrentamientos. El problema resultante de la aprobación de dicha petición es que, al no obedecer a la Iglesia en España, y siendo el objeto de su desempeño los asuntos religiosos, por lo que tampoco dependía de la Jurisdicción Civil, se conformó un estamento que sólo dependía de Roma, con lo que, dada la lejanía de ésta, se creó un organismo en la práctica completamente independiente. Por ello, no trató únicamente temas de su jurisdicción, sino que combatió a todo aquel que pudiera hacer peligrar su poder.

En Sevilla, la Inquisición enjuició, por luteranismo, al canónigo magistral de la Catedral, el doctor Juan Gil, quien, tras estar preso durante dos años en el Castillo de San Jorge, accedió a confesar lo que sus acusadores quisieran para, a continuación, en base a esta declaración, ser condenado a un año de prisión en el mismo castillo. Su sucesor, el doctor Constantino Ponce de la Fuente, amigo del Papa Adriano y antiguo confesor de Carlos I, fue detenido de noche y acusado de lo mismo que su antecesor, muriendo a consecuencia de las torturas recibidas. Esta muerte se intentó ocultar haciéndola pasar como un suicidio, una versión que nadie creyó. A continuación, la Inquisición detuvo a todos sus amigos, sirvientes, etc., entre ellos, aristócratas y monjas.

Sevilla, Convento de Madre de Dios de la Piedad

Convento de Madre de Dios de la Piedad.

Entre los detenidos, acusados todos ellos de luteranismo, se encontraban varias damas sevillanas, de las que destacaba doña María Coronel, perteneciente a la misma familia de doña María de Coronel, fundadora del Real Monasterio de Santa Inés en el siglo XIV. Todas ellas fueron condenadas a muerte.

Igualmente, y por el mismo motivo, la Inquisición atacó el Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce (Sevilla). Como resultado de las acusaciones, en un primer juicio fueron condenados a muerte y quemados vivos el superior del convento y otros seis religiosos para, a continuación, en un nuevo proceso, condenar a muerte a otros varios religiosos. Hubo además quienes lograron huir y fueron condenados en ausencia. Entre éstos, destacan Cipriano de Valera y Casiodoro de Reina, quienes más adelante fueron señaladas figuras del luteranismo en Europa. Otro convento víctima de la Inquisición fue el de Santa Isabel, de cual fue condenada la monja doña Francisca de Chaves, perteneciente a una destacada familia de Sevilla.

Además de los anteriores, hubo otros condenados por su relación con el doctor Juan Gil o con algunos de los anteriores conventos. Entre los acusados, había una mujer absuelta, doña Juana Bohórquez, de quien podemos leer en “Historia de Sevilla”, de José María de Mena, el siguiente texto, procedente, a su vez, de la “Historia de los Heterodoxos Españoles”, de Marcelino Menéndez Pelayo: “la cual desdichadamente había perecido en el tormento que se le dio cuando estaba recién parida”.

Pero, y en esta situación, con la Inquisición en la ciudad, ¿cómo era la religiosidad del sevillano de entonces? Para él, todo suceso, sea éste bueno o malo, obedecía a los designios de la Divina Providencia, por lo que las adversidades eran tomadas como un castigo de Dios. Una creencia que no hacía sino aumentar su religiosidad, sobre todo dadas las desgracias, como epidemias de peste y sequías, que afrontó Sevilla en este siglo. Así, ante la llegada de alguna de ellas, se recurría a procesiones rogatorias en la fe de que éstas hicieran desaparecer los infortunios. De este modo, durante las sequías de 1540 y 1571, según podemos leer en “Historia de Sevilla”, de Manuel Jesús Roldán, se procesionaron, respectivamente, a la Virgen de los Reyes y a las Santas Justa y Rufina.

Es en este siglo, en 1522, cuando surge el que para algunos autores es el origen de la Semana Santa sevillana y que no es otro que el Vía Crucis que va de la Casa de Pilatos a la Cruz del Campo. El camino de este Vía Crucis lo señaló el Adelantado Mayor de Andalucía, don Fadrique Henríquez de Ribera, siguiendo las medidas que había realizado durante su peregrinación en 1519 a Jerusalén.

No obstante, para entonces, ya existían varias procesiones en otros puntos de la ciudad y diferentes hermandades con orígenes que se remontan a los siglos XIV o XV y cuyo número no hizo sino crecer durante este siglo XVI. Según José María de Mena, en “Historia de Sevilla”, la ciudad ya contaba para entonces con las hermandades del Silencio y de la Vera Cruz, fundadas respectivamente en 1340 y 1370. Mena menciona también la fundación durante el siglo XVI, con la aprobación de sus reglas en 1588, de la Hermandad de Monte Sión, cuyo nombre original fue Hermandad de la Oración en el Huerto y Virgen del Rosario. Esta última tuvo bastante importancia, al estar formada por patrones de barco que, a su regreso de América, traían ricas ofrendas a la Hermandad.

Manuel Jesús Roldán, en su libro de idéntico título al anterior, “Historia de Sevilla”, nos señala la fundación en el siglo XVI, concretamente entre 1530 y 1550, de, entre otras, las hermandades de Pasión, Sagrado Derecho (la Trinidad) o Quinta Angustia. Otra señalada hermandad que, según podemos leer en su página web, presentó sus reglas en este siglo, en particular el 23 de noviembre de 1595, fue la Hermandad de la Macarena.

Sin embargo, entonces la fiesta más importante, en la que participaban todos los estamentos de la ciudad, no era la de Semana Santa, sino la del Corpus. Durante su trascurso, se representaban obras sacramentales, se procesionaba con figuras alegóricas, como el dragón de nombre La Tarasca2, y había fuegos artificiales.

También es en este siglo cuando llega la Compañía de Jesús a Sevilla, una orden religiosa de reciente formación entonces, al haber sido fundada en 1534 por San Ignacio de Loyola y aprobada en 1540 por el Papa Paulo III. En mayo de 1554, llegaron los dos primeros jesuitas a la ciudad, una llegada desafortunada, al haber tenido que pasar la primera noche en un banco de piedra por no haber encontrado alojamiento. La primera casa la tuvieron en la entonces Calle Pajería (o Pajerías, o Pajarería, según la fuente), hoy Zaragoza, y posteriormente, en 1557, comenzaron la construcción de su Escuela y Casa Profesa en la Calle Laraña, de la cual sólo queda hoy la Iglesia de la Anunciación. Más adelante, en 1580, fundan el Colegio de San Hermenegildo, al que trasladarán la anterior escuela y del que también hoy queda únicamente su iglesia, la de San Hermenegildo.

Es, asimismo, de interés mencionar la existencia en Sevilla, durante el reinado de Felipe II, de seminarios religiosos para jóvenes procedentes de Escocia, Inglaterra e Irlanda. El fin perseguido era formarlos como sacerdotes para que pudieran volver a sus países y realizar allí labores de evangelización que devolvieran estas tierras a la obediencia de Roma. Sin embargo, el empeño tuvo bastante poco éxito ya que cuando estos sacerdotes eran detectados por los ingleses, pasaban automáticamente a estar acusados de traición y condenados a muerte, no por su religiosidad, sino por haber tenido relaciones con la entonces enemiga España. Uno de los colegios se encontraba entonces en la Calle Alfonso XII, donde actualmente está el edificio de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, mientras que otro se levantaba en la Calle Jesús del Gran Poder. Del primero, se conserva la que fue su capilla, la Iglesia de San Gregorio.

En cuanto a los conventos, tema del que trata esta página, llegaron a existir entonces en Sevilla casi cuarenta de ellos (treinta y ocho, según alguna de nuestras fuentes), muchos de los cuales fueron fundados inicialmente por la nobleza o por comerciantes adinerados y que, posteriormente, aumentaron su riqueza y extensión con diversas donaciones de los fieles, lo que les hizo ocupar, en ocasiones, grandes espacios del casco urbano de Sevilla.




Sevilla, Monasterio de San Clemente. Portada en la Calle Reposo, por la que se accede al compás grande de la iglesia

Monasterio de San Clemente. Portada en la Calle Reposo, por la que se accede al compás grande de la iglesia.

Comenzaremos nuestro recorrido por el Real Monasterio de San Clemente. Para hallar su origen, nos tenemos que remontar al año 1248, concretamente al 23 de noviembre, festividad de San Clemente, fecha en que, una vez conquistada Sevilla, Fernando III “el Santo” hace su entrada en la ciudad, fundándose este monasterio en conmemoración de este hecho y convirtiéndose en la primera fundación conventual de religiosas una vez incorporada Sevilla al Reino de Castilla. Y es que, además, el día de San Clemente fue muy significativo para el monarca a lo largo de su vida, pues también un 23 de noviembre fue armado caballero en el Real Monasterio de las Huelgas, en Burgos, y su hijo primogénito, Alfonso X “el Sabio”, nacería en Toledo el 23 de noviembre de 1221.

Apenas han llegado a nuestros días elementos del monasterio original desde su fundación hasta el siglo XV, más allá de la portada de la antigua iglesia, hoy situada junto a la sala capitular, o los pilares y pórticos de uno de los claustros. Será en los siglos XVI y XVII, como veremos más adelante, cuando el conjunto monacal entre en un intenso período de reformas, las cuales lo dotaron de la imagen que en la actualidad tenemos de él. De hecho, la iglesia sería consagrada en el año 1588. Por estos motivos, hemos decidido incluir el Monasterio de San Clemente en esta página dedicada al siglo XVI y no antes.

Sin embargo, parece que, arqueológicamente hablando, existió en el lugar de su fundación un recinto anterior: un palacio musulmán situado cerca de la puerta de la muralla llamada Bib-Ragel, residencia de verano de Almutamid I. Poco se ha conservado de esta primera edificación, cuya extensión sería más pequeña que la actual.

En su fundación, participarán los tres grandes poderes imperantes de la época: por un lado, la realeza, con Fernando III y Alfonso X a la cabeza; por otro lado, la Iglesia, con la figura del primer arzobispo electo de Sevilla, don Remondo; y finalmente, el poder político local, es decir, el Concejo de Sevilla, órgano creado por la Corona para el funcionamiento de la ciudad.

Asimismo, la creación del monasterio pronto quedaría rodeada de su correspondiente leyenda. Según ésta, Fernando III erigiría el cenobio3 como conmemoración de la conquista de la ciudad, dedicándolo a San Clemente, como decimos, por haberse llevado a cabo la rendición musulmana el día de su festividad. Además, parece que una notas manuscritas del siglo XVIII que se han conservado en el archivo del monasterio indican que las primeras monjas en ocupar el recinto habrían venido del Real Monasterio de las Huelgas, de Burgos, el mayor monasterio de la orden del Císter, al cual pertenece también el de San Clemente. Algo que para la catedrática de historia medieval Mercedes Borrero Fernández podría ser “una afirmación perfectamente asumible como cierta, dada la estrecha relación que existía entre la Corona castellana y este monasterio burgalés”. De ser esto cierto, con este grupo de religiosas llegaría a Sevilla la primera abadesa de San Clemente, que no sería otra sino la infanta doña Berenguela, hija de Fernando III, la cual, al morir, cuenta la tradición que fue enterrada en el coro de la iglesia de este cenobio.

Partiendo de esta leyenda, se puede establecer qué parte tiene de realidad y qué parte no queda demostrada que sucediera así. Como indica Borrero Fernández, parece que la fundación de Fernando III y la motivación es cierta, a lo que habría que añadir que quiso que el monasterio fuese femenino y que perteneciera a la orden del Císter y que él mismo delimitó la zona en la que se emplazaría. Sin embargo, no está probado que las religiosas vinieran desde las Huelgas ni que la infanta doña Berenguela, que profesó en dicho monasterio, llegase a Sevilla a comienzos de los años 50 del siglo XIII; de hecho, el monarca, como dijimos, entró en la ciudad en 1248 y falleció en 1252, por lo que es poco probable que, con una ciudad entera por poner a funcionar, pudiera organizar una comunidad de monjas en tan corto espacio de tiempo. Así, sería Alfonso X “el Sabio” quien echaría a andar el monasterio, si bien, en la práctica, lo haría don Remondo de Losada, arzobispo de Sevilla, como dijimos antes, y confesor de Fernando III “el Santo”.

De este modo, las primeras noticias que hay sobre una comunidad religiosa establecida en el lugar elegido por Fernando III datan de 1284; se trata de una carta en la que Alfonso X deja patente su protección al Monasterio de San Clemente, contestando así a la rogativa de amparo que pedía el arzobispo; además de esta protección, el rey dotaría el cenobio económicamente, todo ello por medio de un privilegio rodado4. Teniendo esto en cuenta, Borrero Fernández se plantea que “Si la realidad fue, como hemos dicho, que el monasterio al que nos referimos no inicia su vida comunitaria hasta los años 80 del siglo XIII, ¿cómo se explica esa relación entre San Clemente de Sevilla y su homónimo de Córdoba de la que nos habla la leyenda?”; ella misma contesta a su pregunta: “Por lo que hemos podido saber, gracias a la documentación cordobesa conservada en el Archivo del monasterio sevillano, fue la comunidad Cisterciense de Córdoba –dotada por Alfonso X en 1260– la que se traslada a Sevilla en los primeros años de la década de los 80 del siglo XIII, dando así un empuje decisivo a la labor organizadora que don Remondo llevaba a cabo en el monasterio de San Clemente”.

Queda por resolver la cuestión de si quien está enterrada en el coro de la iglesia es o no doña Berenguela. Para ello, debemos partir de la premisa de que San Clemente fue convertido en panteón real a comienzos del siglo XIV y que, como tal, en él fue enterrada una infanta de nombre Berenguela; sin embargo, ésta no sería la hija de Fernando III, sino su nieta, es decir, la hija primogénita de Alfonso X, que coincidiría en nombre; sevillana de nacimiento, no se tiene conocimiento de que se casara o de que profesara en orden alguna, aunque sí de ser una mujer muy religiosa.

A mediados del siglo XIV, serán entregados al Monasterio de San Clemente los restos de la reina doña María de Portugal, esposa de Alfonso XI “el Justiciero” y madre de Pedro I “el Cruel” (o “el Justo”, según otros), conservándose en él hasta el día de hoy, concretamente, en el lateral izquierdo del presbiterio6 del templo. También en este conjunto monacal reposan los cuerpos de las infantas castellanas doña Leonor y doña Beatriz, hijas ambas de Enrique II y que, a comienzos del siglo XV, fueron enterradas en el coro de la iglesia; de ellas, sería la infanta doña Beatriz, I condesa de Niebla, la que, tras enviudar de don Juan Alonso de Guzmán, ingresaría en el monasterio como monja, falleciendo en la clausura y siendo enterrada, como decimos, en el coro de la iglesia cuando ésta se levanta en el siglo XVI, respetando así la voluntad que la infanta había establecido en su testamento.

Vista ya la relación del monasterio con la Corona, recordemos que dijimos que en su fundación también participó la Iglesia, con la figura del arzobispo don Remondo. Sin embargo, éste actuaría más desde el ámbito personal, como amigo y confesor que era de Fernando III, que desde el eclesiástico, pues la orden del Císter, a la que pertenece el cenobio, está bajo la jurisdicción directa del Papa y no de la de la diócesis en la que se enmarca. Y desde ese ámbito personal será desde el que lleve a cabo una serie de donaciones a San Clemente de casas y hornos que él mismo poseía en Sevilla.

Finalmente, la tercera institución en participar en la primera etapa fundacional del monasterio fue el Concejo de la ciudad, que haría entrega al convento, por mandato del rey, de unos canales de pesca en la marisma7 del Guadalquivir, concretamente en Trebujena (Cádiz). Asimismo, más adelante, y también por orden real, el Concejo concederá una limosna anual de 1.000 maravedíes8.

Así pues, hemos visto hasta aquí esa primera fase fundacional del monasterio durante el siglo XIII.

A continuación, vendrán las fases de desarrollo y consolidación del conjunto religioso, que tendrán lugar a lo largo de los siglos XIV, XV y primer cuarto del XVI. Si en el período anterior veíamos que eran los cofundadores y los patronos del monasterio los que lo proveían de bienes que sustentasen la comunidad, a partir de este momento serán las mujeres que ingresen en él quienes lo hagan; de hecho, será frecuente, como en otras instituciones religiosas, que la obtención de propiedades se efectúe por medio de herencias y de dotes de sus integrantes. Así, a comienzos del siglo XVI, San Clemente tenía dentro del recinto amurallado de Sevilla más de 200 casas, repartidas en una mayor proporción alrededor del cenobio y en las collaciones9 próximas, como San Lorenzo o San Vicente, si bien también tenía un buen número de inmuebles en los barrios que constituían el centro vital sevillano, como el de Santa María. De este modo, el Monasterio de San Clemente poseía buenos recursos rurales, pero también casas, tiendas, hornos, mesones, etc., convirtiéndose, así, en el segundo gran propietario de inmuebles de Sevilla, solamente superado por el Cabildo de la Catedral.

Por otro lado, el Real Monasterio de San Clemente sería un centro educativo para las hijas de las grandes familias hasta que éstas tuvieran la edad de casarse, de manera que, si esto no llegaba a suceder, permanecían ya en el monasterio. Igualmente, llegó a ser un retiro para viudas ilustres, para separadas y para huérfanas de importantes linajes. Además, con el paso de los siglos, el cenobio admitiría como miembros de su comunidad a mujeres pertenecientes a familias de destacados mercaderes italianos que se habían asentado en Sevilla.

Los primeros años del siglo XVI no serán fáciles para la comunidad de San Clemente y, por ejemplo, a los problemas de falta de rentabilidad de las propiedades de cereales, se sumaba que el número de religiosas no paraba de crecer, llegando a haber más de 120 monjas que, incluso, tendrían problemas para su propia subsistencia. Así, se sabe por los libros de contabilidad que necesita para consumir casi lo mismo que ingresa al año y que, tras descontarse de dichas cantidades los gastos fijos, poco o nada quedaba para gastos de tipo extraordinario, como podían ser obras de reparación, ampliaciones, etc. Su época de esplendor había pasado, aunque, con todo y con eso, continuaba siendo uno de los monasterios más ricos de la ciudad, tal y como se puede concluir al comparar sus patrimonio con el de otros conjuntos conventuales.

A principios del siglo XVII, el nivel de rentas parece mantenerse, pero pronto empezará a descender, llegando a su punto más bajo entre los años 1716 y 1724. Las epidemias de mediados de siglo vaciarían las casas sevillanas y, con ello, caerían las rentas que ingresaban por los alquileres. Asimismo, descendería la renta de la tierra, el precio del aceite, el de los cereales..., y habría una quiebra en los juros10. Como consecuencia, los ingresos del monasterio caerían notablemente, al igual que los de otros establecimientos religiosos.

La recuperación no llegaría hasta mediados de la siguiente centuria. Y es que desde comienzos del siglo XVIII, se habían empezado a introducir algunos cambios en el sistema de administración económica, como la sustitución de los mayordomos11 por claveras12, monjas que custodiaban las llaves del arca de caudales y que llevaban la contabilidad. También es en este momento cuando se lleva a cabo un inventario de las propiedades y las rentas de las comunidades religiosas, lo cual quedaría reflejado en San Clemente en sus Libros de Protocolos.

Las nuevas religiosas, con sus dotes, salvarían el monasterio de un gran endeudamiento, pues los préstamos de particulares a San Clemente nunca fueron tan cuantiosos como en otras instituciones religiosas. A mediados de siglo, el Catastro del Marqués de la Ensenada13 reflejará que San Clemente es dueño de casi 200 casas en Sevilla, de 4.474 fanegas14 de tierra de cereales y que la rentabilidad de sus propiedades territoriales alcanza los 261.251 reales, lo que lo mantenía aún como el monasterio femenino más potente, económicamente hablando, de Sevilla.

En el año 1734, Felipe V realiza una confirmación general de todos los privilegios que ha recibido San Clemente desde el momento de su fundación; además, incluiría el monasterio en el Patronato Real, designando poco después para la comunidad un Juez Protector. Con Carlos III, se autorizará al cenobio a usar el papel sellado de los pobres, más barato, y se otorgará un préstamo para que se concluyan las obras en el recinto, que había quedado afectado por el terremoto de Lisboa de 1755. Sin embargo, entre los siglos XVI y XVIII, el monasterio no gozaría del apoyo de la Corona que sí tuvo durante la época medieval; aún así, conseguirá ir saliendo airoso de cada dificultad.

En agosto de 1702, llegan al monasterio las monjas del Espíritu Santo procedentes de El Puerto de Santa María (Cádiz), debido al ataque inglés que estaban sufriendo en la zona. A mediados de siglo, concretamente en agosto de 1761, serán 34 capuchinas de la propia ciudad hispalense las que sean acogidas en San Clemente, pues un desafortunado incendio había destrozado su sede; poco tiempo permanecieron aquí, pues en septiembre se trasladarían a unas casas que, en la Parroquia de San Andrés, fueron preparadas para tal causa. En el siglo siguiente, llegarían, también, las dominicas del Convento de Madre de Dios. Sin embargo, San Clemente no sólo sería un lugar de acogida, sino que la comunidad tuvo que abandonar igualmente su sede por un tiempo durante la invasión francesa en el marco de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814). Así, en 1811, se ordena el cierre del monasterio, siendo utilizado como cuartel por las tropas galas, yéndose las religiosas al cercano Monasterio de Santa Clara y no regresando hasta el 7 de octubre de 1812, según unas fuentes, y hasta 1813, según otras. A pesar de que, según los informes, la orden indicaba que el desalojo sería temporal y que tras restablecerse la paz las monjas volverían al monasterio, y de que la autoridad militar manifestara su intención de sellar las celdas y la Iglesias para evitar la entrada de las tropas en estos espacios, la realidad fue bien distinta: los informes posteriores apuntan que los daños ascendieron a aproximadamente 800.000 reales, causándose destrozos en la iglesia y, sobre todo, en el panteón.

Tras la Guerra de la Independencia, vendrán los procesos desamortizadores18. Aunque no ha quedado constancia de que San Clemente los sufriera, pues no fue suprimido, se conoce que en 1882 se da licencia a las monjas para que abran una escuela de niñas (que nunca se llevaría a cabo), no sabemos si relacionado con dicho contexto. Además, se perdería parte de sus posesiones, sobre todo las tierras de labor que tenía fuera de la ciudad, mermarían las primitivas huertas y desaparecerían las construcciones que llegaban hasta el arquillo de Santa Clara (lugar que llegó a acoger hasta dieciséis casas y un hospital bajo el nombre, también, de San Clemente).

A finales del siglo XIX e inicios del XX, el Monasterio de San Clemente continua pasando por momentos difíciles, encontrándose en ese momento a merced de la caridad exterior y del trabajo propio que se hacía en servicios de lavandería. A comienzos de los años 40, la abadesa se pone en contacto con el Monasterio de San Isidro de Venta de Baños para pedirle novicias, pues la falta de vocaciones se hace patente en el cenobio sevillano.

Por otro lado, San Clemente se convertiría durante el siglo XX en lugar de inspiración para artistas y escritores. Así, hacia el año 1914, el pintor Joaquín Sorolla instala en el compás19 un estudio, mientras que los hermanos Álvarez Quintero situaron aquí la ambientación de su obra “Las calumniadas”.

A partir del año 1971, el arquitecto Rafael Manzano restaura el claustro y algunas de las cubiertas.

Durante el último cuarto del siglo XX, se hizo necesario hallar nuevos mecenas que protegieran el monasterio. De este modo, en los años 80, la Junta de Andalucía dio la financiación que permitió ejecutar la primera fase de la organización del archivo. Más adelante, la Exposición Universal de Sevilla de 1992 fue de gran importancia para la institución religiosa, pues una parte del recinto del monasterio se convertiría en pabellón de la ciudad, siguiendo para ello un proyecto que correría a cargo del arquitecto Fernando Villanueva Sandino. Así, se llevaron a cabo las restauraciones que tanto necesitaba el edificio, siendo rehabilitado para continuar cumpliendo su utilidad: acoger una comunidad religiosa de clausura. Tras esto, han sido varias las entidades que han colaborado en su mantenimiento, como por ejemplo, la Fundación El Monte (que usó durante un tiempo una de las salas del monasterio como sala de exposiciones), gracias a la cual se acabó el Inventario del Archivo y la organización de la Biblioteca monástica, mientras que la Obra Social de Cajasur patrocinaría el inventariado y la restauración del patrimonio artístico de San Clemente.

Al recinto actual se accede por la Calle Reposo, donde se atraviesa una portada de principios del siglo XVII que corona un azulejo de San Clemente del XVIII. Cuenta, además, con otra entrada parecida en la Calle Santa Clara, rematada, en este caso, por un azulejo de San Fernando de la misma centuria que el anterior. Las dos portadas están relacionadas con la obra del arquitecto milanés Vermondo Resta, quien en los inicios del siglo XVII trabajaría en varias edificaciones sevillanas, como los Reales Alcázares; en 1771, la parte superior de ambas sería reconstruida por José Álvarez.

La iglesia

El 30 de septiembre de 1588 se consagraría la iglesia, bendiciendo el templo el cardenal don Rodrigo de Castro. El acceso se realiza por un pórtico construido en el año 1596 por el maestro carpintero Juan Martín y que presenta un friso20 que debió de ser añadido posteriormente, en las obras llevadas a cabo tras el terremoto de Lisboa. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas realizadas por Miguel Ángel Tabales han constatado que esta iglesia se levantó sobre la primitiva medieval, posiblemente de finales del siglo XIII. Se baraja la posibilidad de que los trabajos fueran dirigidos por Pedro Díaz Palacios, maestro mayor de obras de la Catedral, ya que hay analogías constructivas entre este monasterio y los conventos de Santa María de Jesús y de Madre de Dios, donde sí intervino, si bien no hay documentación que lo confirme.

En el interior, la iglesia es de planta de cajón32, con una sola nave, la cual se cubre con un artesonado33 de madera de cinco paños, quizás hecho por Diego de Cerezo y Lucas de Cárdenas, quienes ya ejecutaran el refectorio36 de la Cartuja. El presbiterio, separado de la nave por un arco toral37 sustentado por columnas dóricas, queda cubierto por medio de una cúpula semiesférica. Tanto la bóveda como las pechinas38, donde aparecen los Evangelistas, y los muros cuentan con decoración a base de pinturas al temple que, imitando yeserías, simulan motivos geométricos, figurativos y vegetales. La ornamentación pictórica original corrió a cargo del pintor portugués Vasco Pereira, si bien todas ellas fueron después renovadas por Juan Valdés Leal, su hijo, Lucas Valdés, y Francisco Miguel Jiménez, siendo este último el encargado de las correspondientes a los muros del templo.

El coro se sitúa a los pies del edificio, estando cerrado por una sencilla reja sobre la que hay una pintura mural enmarcada por una talla de madera y realizada por Valdés Leal en 1682; en ella, se puede ver a San Fernando presidiendo la procesión de la Virgen de los Reyes en una Sevilla recién reconquistada. Tras el fallecimiento de Valdés Leal, será su hijo, Lucas Valdés, quien finalice las pinturas murales del presbiterio. Los demás muros tienen una decoración de alrededor de 1770 que representa una glorificación de la orden del Císter, con una técnica atribuible a Francisco Miguel Jiménez.

En cuanto al Retablo Mayor, para conocer su origen tenemos que remontarnos al año 1624, cuando la comunidad de religiosas decide sustituir el anterior por uno nuevo. Para ello, acudirán a Juan Martínez Montañés, pero unos problemas en los pagos hicieron que éste, tras un difícil pleito, renunciara un año después, siendo el contrato rescindido en septiembre de 1625. En 1639, Ana de Santillán, abadesa del monasterio, y Juana de León, su priora, firman un documento en el que solicitan autorización para retirar del Altar Mayor el antiguo retablo por el peligro que conllevaba, debido a su mal estado. Serán, finalmente, Felipe de Ribas y Gaspar de Ribas quienes, el 12 de marzo de 1639, firmen el contrato para ejecutar la obra del nuevo retablo, que harían en borne y cedro, y finalizarían a finales de la década de 1640. Tanto el dorado como la policromía fueron hechas por Valdés Leal más tarde, hacia 1680. A él, se atribuye la iconografía de Cristo como fuente de vida de la puerta del Sagrario. La estructura del Retablo Mayor se organiza en banco, dos cuerpos con tres calles y ático, utilizándose para la separación columnas pareadas, con decoración de cartones recortados en los fustes y ángeles en los frontones39. Destacan especialmente las esculturas de la calle central, que representan a San Clemente, a la Inmaculada y al Crucificado. En los laterales del primer cuerpo, están San Benito de Nursia y San Bernardo, mientras que en el segundo, están las tallas de San Hermenegildo y San Fernando, símbolos de la relación del monasterio con la monarquía y Sevilla.

En la zona del presbiterio, también podremos ver el enterramiento de doña María de Portugal y restos de las pinturas originales de Vasco de Pereira.

En el muro izquierdo, aparece el Retablo de la Virgen de los Reyes, obra de mediados del siglo XVII cercana al taller de los Ribas. La figura de la Virgen es una imagen fernandina de mediados del XIII, si bien la del Niño es del XVIII; a ambos lados, hay sendas esculturas de la misma época que el retablo de San Francisco de Asís y San Esteban Harding. Detrás del retablo, se han conservado unas pinturas murales que muestran una alegoría de la Inmaculada que se aparece a los Reyes de Israel, quizás también originales de Pereira. A continuación, se halla el Retablo de la Virgen de los Dolores, posiblemente del siglo XVIII; en los laterales, hay dos bustos relicarios de principios del XVII, quedando coronado por un San Juan Evangelista que escribe el Apocalipsis, puede que reaprovechado de un retablo anterior. A los pies de este muro está el Retablo de San Fernando, atribuible al taller de Pedro Roldán y fechado en la década de 1670, misma datación que la de las pinturas y la escultura de su titular.

Pasamos, ahora, al lado de la Epístola40, comenzando por la zona más cercana a la cabecera. Aquí, tenemos el Retablo de San Juan Bautista, estructurado en torno a un arcosolio41 bajo el que hay una estructura de banco, piso principal y ático, quedando dividido, a su vez, en tres calles; fue un encargo realizado en 1605 a Gaspar Núñez Delgado, quien hizo los relieves en los que se representaron, en el primer cuerpo, las escenas del Nacimiento del Bautista y la Visitación, además de la escultura del titular del retablo; en el año 1610, intervino Francisco de Ocampo, que completaría la ornamentación con un relieve superior en el que se representó el Bautismo de Jesús, en el centro, y la Predicación y la Degollación del Bautista, en los laterales; la policromía de las tablas corrió a cargo de Francisco Pacheco en el año 1613, quien representó a los Evangelistas y a los Padres de la Iglesia: San Agustín, San Jerónimo, San Gregorio y San Ambrosio; en los lados, Pacheco representaría a los profetas del Antiguo Testamento: Malaquías, David, Isaías y Elías. Junto a la puerta por la que se accede al coro, está el Retablo de Santa Gertrudis, de finales del siglo XVII; la pintura de su titular está atribuida a Lucas Valdés, quedando a los pies una urna con la imagen de Cristo Yacente, también del XVII.

A los pies, a ambos lados de la pintura mural que vimos de San Fernando, están las ya citadas puertas de acceso al coro, las cuales quedan enmarcadas por yeserías de principios del siglo XVII. La puerta lateral derecha se corresponde con el antiguo comulgatorio, donde las monjas recibían la comunión. Decorada en exceso en estilo rococó42, cuenta con una hornacina en la que se han representado una Inmaculada y un Niño Jesús, obras anónimas del siglo XVIII. La puerta derecha conduce al coro bajo, una dependencia rectangular provista de unas vidrieras del siglo XVIII, obra de Antonio de la Fuente, y que acoge numerosos retablos de estilo barroco. Entre ellos, destaca uno de mediados del siglo XVII con pinturas sobre la Visitación, el Nacimiento de San Juan, el Bautismo de Cristo y las cabezas cortadas de San Pablo y San Juan Bautista, todas ellas atribuidas a Lucas Valdés. Completan la estancia un Retablo de la Virgen de la Esperanza, de la primera mitad del siglo XVII; otro, de San José con el Niño, del siglo XVIII, con pinturas alrededor de Santa Matilde, Santa Umbelina, Santa Escolástica, Santa Lutgarda y Santa Ana enseñando a leer a la Virgen; y otro, de San Fernando y Santiago Apóstol, del XVII, pero policromado más adelante. El órgano es una obra neoclásica45 de principios del siglo XIX hecha por el maestro Otín Calvete. También cabe mencionar la lámpara que aquí cuelga, realizada en bronce y ornamentada con motivos vegetales y geométricos, además de con los escudos de los Guzmán hechos en esmalte; esta lámpara se ha datado hacia 1400, pudiendo ser una donación de doña Beatriz de Castilla, viuda del conde de Niebla, monja del convento y enterrada en este coro en 1409.

Todo el templo queda decorado con un magnífico zócalo de azulejos del siglo XVI, apareciendo en algunos de ellos la fecha de 1588, año en que, como dijimos, se consagró la iglesia; en ellos, se representan grutescos46, santos, motivos florales, etc. Su realización se ha atribuido a Cristóbal de Augusta, quien ya hizo los azulejos del palacio cristiano de los Reales Alcázares, aunque se ha apuntado que, quizás, también pudo participar su suegro, Roque Hernández.

Sevilla, Portadas abiertas en la calle Santa Clara, dando acceso la del número 92 al jardín que antecede a la iglesia

Portadas abiertas en la calle Santa Clara, dando acceso la del número 92 al jardín que antecede a la iglesia.

El monasterio

En cuanto al monasterio, éste cuenta con hasta tres accesos. El primero de ellos, en la Calle Reposo, da al compás grande de la iglesia y consta de un cuerpo central que avanza con respecto a otros dos cuerpos laterales. El central es un arco de medio punto que flanquean sendas pilastras almohadilladas47, mientras que los laterales son dos vanos52 adintelados. En el centro, en la parte superior, sobresaliendo del frontón triangular partido, hay una hornacina con un azulejo de San Clemente que queda rematado por otro frontón, en este caso, curvo, igualmente partido. En cuanto a las portadas de la Calle Santa Clara, la del número 91 es muy sencilla, habiéndose conservado sobre el dintel los restos de un azulejo con la fecha de 1771, mientras que la del número 92, que da acceso al jardín que precede al templo, es almohadillada y, como remate, cuenta con una hornacina con un azulejo de San Fernando.

Éste queda organizado en torno a un gran claustro principal, construido éste en 1615 siguiendo el diseño de Diego López Bueno, maestro mayor de Fábricas del arzobispado, quien también dirigió las obras, y de Miguel de Zumárraga, maestro mayor de las obras de la Catedral; otras fuentes indican que las obras se iniciaron en 1617 y que terminarían en 1632. Más adelante, intervendría igualmente Juan de Segarra como maestro alarife53. Se trata un espacio de planta cuadrada, aunque no simétrico en las medidas, de aproximadamente 25 metros de largo, que fue levantado sobre el antiguo claustro mudéjar54. Sus frentes cuentan con dos pisos, presentando éstos siete arcos en cada uno (carpaneles55, los del superior, y de medio punto56, los del inferior), sustentados por columnas toscanas57 pareadas con cimacios58 con ménsulas59 gallonadas60. Una de las actuaciones más importantes llevadas a cabo en este claustro tuvo lugar tras la inundación que sufrió el monasterio en 1626, año en que se desbordó el río Guadalquivir. En estas obras, se elevó el jardín central, se colocó una fuente y se revistieron sus paredes con un zócalo compuesto de más de 9.000 azulejos que fueron hechos por Benito de Valladares entre los años 1627 y 1628; lamentablemente, este zócalo fue expoliado casi en su totalidad por las tropas francesas durante la ocupación del monasterio. En las esquinas del claustro, hay sendos retablos-hornacinas que se dedicaron al Nacimiento, a la Dolorosa, a la Piedad y a los Desposorios Místicos de Santa Catalina. Tal y como nos cuenta Manuel Jesús Roldán en su libro “Conventos de Sevilla”, “Desde el claustro se puede contemplar una de las mejores vistas de la espadaña manierista62 del monasterio, con una estructura de arcos y dinteles inspirada en Sebastián Serlio y Andrea Palladio que se hizo muy popular entre los conventos sevillanos del siglo XVII. Fue diseñada por Diego López Bueno y por Miguel de Zumárraga”. Más adelante, en la intervención llevada a cabo en el siglo XVIII por el arquitecto José Álvarez, se cerraría una de las galerías altas.

Varias son las dependencias que dan a este claustro. Entre ellas, podemos destacar el refectorio, de planta rectangular y reformada a principios del siglo XVII, momento a partir del cual estuvo presidida por el lienzo de Cristo servido por los ángeles, obra de Francisco Pacheco que fue expoliada por los franceses y que, en la actualidad, se halla en el museo Goya de Castres, en Francia. Varias, también, fueron las reformas que se llevaron a cabo en esta estancia, como por ejemplo la de 1729, año en que se abrirían unos óculos63 en uno de sus frentes con el fin de permitir la entrada de luz en su interior. La imagen que nos ha llegado hasta hoy del refectorio se puede corresponder con la intervención que entre 1730 y 1740 hizo Diego Antonio Díaz. También por entonces, se harían los retablos que hoy hay, dedicados al jesuita San Estanislao de Kostka y a San José con el Niño, los dos atribuidos al pintor Domingo Martínez. En un lateral, se ha conservado el púlpito desde el que una de las religiosas lee los textos sagrados durante las comidas.

Junto al claustro principal, se encuentra el patrio grande, o Claustro de la Abadesa, centro del monasterio original, de planta trapezoidal y que ha llegado a nuestros días con el aspecto de las numerosas reformas sucedidas entre los siglos XV y XVIII. Así, del XVI son las columnas genovesas que presenta la planta baja, con capiteles de castañuelas, mientras que la planta alta parece realizada en el siglo XVII, siguiendo modelos de Diego López Bueno.

Aún hallaremos otro patio más, conocido como Patio Angosto, principalmente del siglo XVI y situado entre las galerías de los primitivos dormitorios y el ala Sur del claustro principal; con él, comunicaba la antigua iglesia, cuya portada se conserva aún, hecha de ladrillos bicromos. Las columnas son similares a las del Claustro de la Abadesa, quedando el patio configurado por completo entre los años 1627 y 1628, momento en que se realizarían arquerías nuevas y se pusieron azulejos que representaban cabezas de querubines, obra de Benito de Valladares.

Por lo que se refiere al patrimonio que se ha conservado en el monasterio, se pueden destacar numerosas piezas, a pesar del expolio sufrido por las tropas francesas en el siglo XIX. Entre las esculturas, hay, por ejemplo, un San Juan y una Virgen con el Niño, que se atribuyen a Montañés, o una Virgen de Belén, hecha en alabastro a principios del siglo XVI. De los lienzos conservados, podemos mencionar el de los Desposorios místicos de Santa Catalina, San Fernando con los maceros, del siglo XVI, las Cabezas de San Pablo y San Juan, atribuidas a Sebastián Llanos de Valdés, del XVII, o la Piedad, atribuida a Meneses Osorio, entre otros. Así mismo, el monasterio posee una significativa colección de orfebrería, destacando de ella el conocido como Salero de San Fernando, un copón medieval con formas góticas en el que aparecen representadas diversas escenas relacionadas con la leyenda de San Jorge. Asimismo, el magnífico archivo cuenta con documentación que data desde la propia fundación del cenobio, en el siglo XIII.

El 19 de diciembre de 1969, con fecha de publicación en el BOE de 20 de enero de 1970, el Real Monasterio de San Clemente fue declarado Monumento Histórico-Artístico.

Localización: Calle Reposo, 9. 41002 Sevilla.



Sevilla, Casa Grande del Carmen, o Cuartel del Carmen. Antiguo Convento de Carmelitas Calzados

Casa Grande del Carmen, o Cuartel del Carmen. Antiguo Convento de Carmelitas Calzados.

Nuestra siguiente parada será en la conocida como Casa Grande del Carmen, o Cuartel del Carmen, antiguo convento cuyo origen hay que buscarlo en 1358, año en que fue fundado, perteneciendo entonces al llamado Convento de Carmelitas Calzados. El edificio ante el que nos encontramos comenzó a construirse en 1428, y si bien las obras principales se llevaron a cabo en 1609, el uso conventual tuvo su máxima expresión entre los siglos XVI y XVII, motivo por el cual hemos decidido incluirlo en esta página. Será durante las dos centurias siguientes cuando su utilización pase a ser la de cuartel. En la actualidad, y tras haber sido profundamente restaurado, es sede del Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo de Sevilla.

Tres son los elementos que podríamos destacar de este imponente edificio: su fachada, su iglesia y su claustro principal. Asimismo, merece igualmente la pena detenernos a contemplar la crujía64 de la fachada, muy transformada durante el siglo XIX, la escalera que parte desde el claustro y otro de sus patios, éste, de menor tamaño que el claustro principal.

El inmueble tiene planta fundamentalmente rectangular y la conforman dos aportaciones básicas: por un lado, la del Convento de Carmelitas, de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, y por otro, la del cuartel, que reconvertirá el edificio en las reformas llevadas a cabo en el siglo XVIII y, sobre todo, en el XIX, obras que conllevarían la apertura de un eje longitudinal que atraviesa todo el conjunto. Desde ese momento, la construcción se articula sobre la base de varios elementos: la edificación de acceso y de paso, es decir, la fachada y la portada que da a la Calle Baños, la antigua iglesia conventual, junto con su torre, y el claustro, con sus dependencias anejas.

La fachada principal fue construida durante las reformas que tuvieron lugar en el siglo XIX, de ahí que nos llame la atención el poco parecido que tiene con una construcción del siglo XVI, que es el que estamos tratando en esta página. Este paramento sustituyó la antigua tapia conventual y el portalón del recinto original. De aquí, destaca la portada, diseñada siguiendo los modelos academicista del momento. Sobre el portalón de acceso, sobresale un balcón provisto de una baranda de fundición y dos vanos de forma rectangular entre pilastras pareadas. El conjunto se halla rematado por medio de un entablamento clásico que remata un frontón triangular.

La iglesia

Tras atravesar la primera crujía, hallaremos la primitiva iglesia del convento. Su estructura, como decimos, es de finales del siglo XVI y principios del XVII, articulándose en una planta rectangular, con una cabecera cuadrangular muy destacada y una gran cúpula cubriendo el presbiterio. El sistema de cubrición general del templo es el de bóvedas de cañón65 , que se manifiestan al exterior en forma de cubierta a dos aguas66, a excepción de la zona de la cúpula antes mencionada, donde vemos cuatro. En el siglo XVIII, dicha cúpula sufrió una serie de cambios en su decoración, siendo añadidas unas yeserías y varias molduras. Sin embargo, la transformación más profunda que afectó al templo se llevó a cabo en el siglo XIX, momento en que se demolería una importante parte de la iglesia con el fin de instalar un conjunto de dependencias que, como leemos en la Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía, “tiene como elemento central el nuevo eje establecido” del que hablábamos en el párrafo anterior. La torre, datada por su tipología en el siglo XVII, se alza en la esquina Sureste, entre el claustro principal y la iglesia; muy reformada, ornamentalmente hablando, en el siglo XVIII, hoy se halla desmochada.

El convento

En cuanto al claustro principal, éste se construyó, como la iglesia, entre el siglo XVI y principios del XVII. De planta cuadrada, cuenta con dos alturas en cada lado. El piso bajo se articula mediante pilares rectangulares decorados con pilastras toscanas que sustentan un entablamento clásico; entre los pilares, hay una serie de vanos de medio punto realizados con dovelas67 y jambas remarcadas. Por su parte, la planta superior se estructura por medio de pilastras sobre pedestales y un pequeño entablamento, todo ello enmarcando ventanales que se rematan con un frontón partido manierista. Las galerías de este patio quedan cubiertas con bóvedas de arista68 decoradas con yeserías de motivos geométricos. Por lo que respecta a las dependencias de esta zona, éstas se adaptaron en su momento al uso del edificio como cuartel.

La escalera principal que mencionábamos antes se sitúa en el ángulo Sureste del este claustro, aunque fue construida en época posterior a él. Su acceso se lleva a cabo mediante dos arcos de medio punto que apoyan sobre cuatro columnas de pedestal. De tipo imperial español, cuenta con un único arranque y “dos elementos de desembarco paralelos al mismo”, según la Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía.

Seguidamente al claustro principal, hay otro patio, éste, de tamaño menor. Aquí, los dos primeros pisos cuentan con arcos de medio punto sobre columnas toscanas, con las enjutas69 ornamentadas y con ménsulas en las claves73. Lamentablemente, ambos fueron ampliamente transformados cuando el edificio del convento pasó a servir como cuartel, período durante el cual se cegaron los intercolumnios y se añadió un tercer piso, con un diseño poco significativo.

El 30 de noviembre de 1993, con fecha de publicación en el BOE de 18 de febrero de 1994, la Casa Grande del Carmen, o Cuartel del Carmen, antiguo Convento de Carmelitas Calzados, fue declarado Bien de Interés Cultural, con la categoría de Monumento.

Localización: Calle Baños, 48. 41002 Sevilla.



Sevilla, Convento del Espíritu Santo. Acceso por la Calle Dueñas

Convento del Espíritu Santo. Acceso por la Calle Dueñas.

Desde aquí, atravesaremos la ciudad hasta llegar al Convento del Espíritu Santo, cercano al Palacio de las Dueñas. Su fundación se llevó a cabo el 5 de diciembre de 1538, día en que el general de la orden del Espíritu Santo concede una bula74 a tal efecto a doña María de Aguilar, quien, según nos cuenta Manuel Jesús Roldán en su libro “Conventos de Sevilla”, “Para conocer el espíritu originario de la orden había marchado unos años antes al Hospital del Espíritu Santo en Roma, donde vistió el hábito de la misma y, tras el noviciado, hizo la profesión de manos del gran preceptor general fray Francisco de Landis, hacia el año 1534”. El establecimiento, en este caso, sólo tendría funciones de monasterio y no de hospital.

Si bien al principio la construcción del cenobio fue bien acogida tanto por las autoridades civiles como las eclesiásticas, pronto habría una impugnación de dichas autoridades “por el fundacional carácter de estricta pobreza”; y es que, según alegaban, ya había otros conventos pobres en Sevilla. Como consecuencia, la fundadora recurrió al nuncio del Papa y volvió a Roma para visitar al Papa Paulo III, quien expediría una bula el 26 de noviembre de 1545 refrendando la fundación y amenazando con excomulgar a quienes se opusieran.

Además de doña María de Aguilar, también fue importante en la creación del cenobio doña Inés Méndez de Sotomayor, a la que en 1544 le fueron concedidos los títulos y el derecho de fundadora, y con cuya aportación se compraron las casas que se llamaron de las “Niñas de la Doctrina”. En sus últimos días, doña María la nombró su sucesora bajo los títulos de cofundadora y abadesa perpetua. Doña Inés regiría el convento durante cinco años, período durante el que la fundación se trasladaría al lugar que ocupó hasta la actualidad. Por entonces, se trataba de unas casas compradas a doña Guiomar Hernández de la Peña y que poseían unas huertas en la calle del conocido en aquel momento como Horno de las Tortas. Ahí, las monjas comenzarían a recibir a algunas niñas a las que educarían y formarían en la fe católica. Tras superar las primeras dificultades, el monasterio alcanzaría un gran esplendor a finales del siglo XVI, llegando su historia hasta 1626.

El siglo XVII no sería tampoco fácil para el convento, que pasaría por un nuevo período de inestabilidad. Uno de los hechos más significativos sería el nombramiento como abadesa de una niña de tan sólo doce años que había sido impuesta desde la nobleza con el objetivo de controlar el convento, algo que casi lo hizo desaparecer. Ante esta situación, la comunidad acudiría al gran maestro de la orden, generándose un pleito que se prolongaría durante años. La solución llegaría en el momento en que intervino fray Juan Calvo Segura, visitador general, que terminaría por designar como abadesa a una de las religiosas más queridas de la comunidad, la madre María de Mayorga.

A comienzos de esta misma centuria, el monasterio pasaría a estar bajo la jurisdicción del Arzobispado de Sevilla. Tras ello, en el año 1628, el arzobispo intentó imponer una comunidad de dominicas que procedían del Convento de Santa María de los Reyes, pero las religiosas del Espíritu Santo resistirían gracias a la negativa de doña Inés Niño de Guevara, “una de las siete monjas que años atrás había permanecido en el convento tras la escisión producida por la perpetuación como abadesa de Inés Méndez”, según apunta Roldán.

A mediados del siglo XVIII, el decreto de 11 de julio de 1711 y la escritura fundacional de 1715 del arzobispo Manuel Arias autorizaron que en el convento se estableciera un seminario para niñas nobles cuyas familias habían acabado arruinadas. Tras pedir al monasterio que se hiciera cargo de su dirección y ministerio, éste se adosó a los muros de la edificación, comunicando interiormente con ella, y recibiría el nombre de Colegio de Niñas Nobles del Espíritu Santo.

A finales de esta centuria, siendo arzobispo Marcos Alonso Llanes, se llevan a cabo importantes intervenciones en el monasterio que afectarían tanto a su estructura como a su ornamentación. De entonces parecen ser la portada, la espadaña y los coros de la iglesia.

En el siglo XIX, el convento sobreviviría a la invasión francesa durante la Guerra de la Independencia, así como a los diferentes procesos desamortizadores.

En la segunda mitad del XX, concretamente en 1965, y siguiendo las orientaciones del cardenal Bueno Monreal, el colegio se abriría a todo tipo de niñas, ampliando para ello su capacidad y convirtiéndose en un centro de enseñanza general básica y de preescolar, lo que implicaría que se efectuasen distintas reformas y añadidos, si bien éstos no afectarían al edificio histórico. Asimismo, se crearía una residencia de estudiantes tanto de bachillerato como universitarios con una capacidad de hasta cien residentes. El colegio sería suprimido en 1997 y la residencia, dos años después. Una nueva reorganización del inmueble se realizaría en el año 2000 con el fin de crear la casa de ejercicios espirituales llamada “Sancti Spiritus”.

El conjunto conventual ante el que nos encontramos es, en buena parte del exterior, de ladrillo visto, imagen que nos ha llegado tras la restauración que se llevó a cabo en los años 70 del pasado siglo XX, en la cual se eliminaron los enlucidos y encalados. Aquí, podemos destacar un Calvario de cerámica del siglo XVIII, situado sobre la portada de acceso que se abre en la Calle Dueñas. En la puerta del Colegio de las Niñas de la Doctrina, se puede leer la inscripción “Erigió a propias expensas y dotó con liberal mano el eminentísimo y reverendísimo señor cardenal don Manuel Arias, arzobispo de esta ciudad de Sevilla. Año de MDCCXIV”.

Sevilla, Portada de acceso a la Iglesia del Convento del Espíritu Santo

Portada de acceso a la Iglesia del Convento del Espíritu Santo.

La iglesia

El templo de este convento es un edificio barroco del siglo XVII, de una sola nave en su interior dividida en cuatro tramos y cubierta de bóveda de cañón con arcos fajones75 y lunetos76; el coro, situado a los pies, separa la clausura. El terremoto de Lisboa, de 1755, ocasionó en esta iglesia, como en tantos otros edificios sevillanos, graves daños, siendo profundamente remodelada en el año 1790 bajo el mecenazgo del obispo Marcos Alonso Llanes. Más adelante, en 1866, se sabe que se colocaría un nuevo zócalo de azulejos.

Cuenta con una sola portada, abierta en el muro de la Epístola y datada de 1790; se trata de un arco de medio punto que flanquean sendas pilastras y que corona un frontón partido sobre el cual destaca el escudo de la institución , así como la inscripción “Año de 1790”. La espadaña, que se alza por entre las casas del barrio, se encuentra decorada con azulejos del siglo XVIII.

Dentro, nos dirigiremos a la cabecera de la iglesia, donde nos detendremos a contemplar el Retablo Mayor, realizado durante la segunda mitad del siglo XVIII, quizás alrededor de 1760. Se halla presidido por una Inmaculada, de autor anónimo y del siglo XVII, probablemente vuelta a policromar más adelante. La estructura es de madera tallada y dorada, ornamentada con estípites77 y rocalla79, que le dan un aire barroco, si bien se va acercando al neoclasicismo, pues carece de una profusa decoración. Se organiza por medio de un banco, un cuerpo dividido en tres calles y un ático, quedando el cuerpo central articulado por cuatro grandes estípites y mostrando, a su vez, también en el centro, un manifestador80 de estilo neoclásico, posiblemente realizado en una intervención del siglo XIX. En las calles laterales, vemos, en la de la izquierda, a San Juan Bautista y, sobre él, un relieve de San José con el Niño, mientras que en la de la derecha, hay una talla de San Juan Bautista y, por encima, un relieve de San Joaquín. En el ático, vemos una representación de la venida del Espíritu Santo junto con otra de la Trinidad, flanqueado, todo ello, por las tallas de San Agustín y Santa Tecla.

En el muro del Evangelio de la nave, hay otro retablo del siglo XVIII, en este caso una obra anónima dedicada al Sagrado Corazón de Jesús y que, antaño, posiblemente fue un retablo-manifestador; en la actualidad, lo preside una imagen de Santa Orosia, quizás añadida durante la restauración de 1790. Bajo un dosel y sobre un fondo de nubles, hay varios santos, como San José, San Buenaventura, Santa María Magdalena, San Francisco de Sales, el beato de la Colombière, San Bernardino y Santa Rosa de Lima.

También en este lateral, se halla la Capilla Sacramental, de planta cuadrada y cubierta con una bóveda semiesférica decorada con óculos. En ella, tenemos un retablo neoclásico formado por diferentes pinturas del siglo XIX en las que se han representado a San José, San Marcos, San Pedro y San Antonio de Padua. En el sagrario, hay una imagen del Niño Jesús con la cruz a cuestas. Durante algunos años, esta capilla acogió una imagen de la Virgen de la Aurora, primitiva titular de la Hermadad de la Resurrección, obra de Jesús Santos que hoy se encuentra en la Iglesia de Santa Marina bajo la advocación del Amor.

Pasamos ahora al muro de la Epístola, donde, en la zona más cercana al presbiterio, está el Retablo de San Agustín de Hipona, obra datada hacia 1760 que se completa con las imágenes de San Juan Nepomuceno, a la izquierda, y San Cayetano, a la derecha, mientras que a los pies hay colocada una pequeña Virgen del Carmen.

El último retablo de este paramento es del siglo XVII y está presidido por una pintura con el tema de la Aparición de Cristo a Santa Teresa de Jesús, obra de Juan del Castillo de alrededor de 1620; ésta se enmarca con otras pinturas, en este caso posteriores, cuyo autor fue J. Oliva en 1889 y en las cuales se han representado otros santos, como San Fernando, San Francisco de Asís o San Francisco de Paula. Delante, hay una imagen de la Virgen del Valle con el Niño en brazos.

Sobre la reja del coro bajo, un lienzos nos muestran a la fundadora del convento, doña María de Aguilar, presentándose ante el Papa Paulo III; se trata de una obra de Francisco Miguel Jiménez de 1790.

Otro elemento a destacar en el templo es el comulgatorio situado en el coro bajo, de estilo dieciochesco y muy ornamentado, y que se ha relacionado con el retablo ya visto del Sagrado Corazón. Cerca de la reja, se encuentra el órgano, pieza realizada en 1760 por Francisco Pérez de Valladolid y que cuenta con una decoración barroca en la que sobresalen sendas esculturas de pequeño tamaño de San Agustín y Santa Orosia. Igualmente, podremos contemplar un variado conjunto de fanales81 y vitrinas del siglo XVIII que resguardan distintas tallas, como un Cristo atado a la columna, un San Miguel, un San Agustín, un San Juanito, una Dolorosa y una Virgen del Espíritu Santo. Asimismo, de los muros cuelgan varios cuadros, con escenas como la Oración en el huerto, el Camino al Calvario o a San Ignacio de Loyola. Pero si hay una pieza en este espacio que genera gran devoción es una talla del Niño Jesús Milagroso del siglo XVII y autoría anónima a la que se han atribuido varios milagros relacionados con el convento. Este coro, posiblemente reconstruido durante la reforma de 1790, se halla dividido en tres naves por medio de columnas que sustentan arcos de medio punto rebajados82, formando un espacio que más pareciera una iglesia dentro de otra iglesia.

Sevilla, Portada del convento en la Calle Dueñas

Portada del convento en la Calle Dueñas.

El convento

Varias han sido las reformas que se han sucedido en este Convento del Espíritu Santo, sobre todo a lo largo del siglo XX, cuando se construyó el edificio que funcionaría como colegio, del que hemos hablado antes. La clausura queda organizada en torno a dos patios: el claustro principal y el claustro pequeño.

El claustro principal, del siglo XVI y de planta irregular, consta de dos cuerpos, de los que el superior se sustenta en columnas renacentistas84 de mármol blanco que sostienen arcos de medio punto. Estos arcos son rebajados en el piso superior. En una de las esquinas queda situada la escalera que une ambas plantas, exenta y de dos tramos. Entre las dependencias que se abren a este claustro, está el refectorio, que preside una pintura de la Última Cena de finales del XVII. En el locutorio85 pequeño, hay un lienzo de la Divina Pastora cercano al estilo de Alonso Miguel de Tovar; asimismo, el espacio se completa con varias tallas, como un San Antonio de Padua, un Cristo atado a la columna, un Niño Jesús, una Santa Catalina de Siena o, sobre un cojín, la cabeza de un Crucificado que parece haber seguido las formas del taller de Pedro Roldán y de la que no se sabe el paradero del resto del cuerpo.

En cuanto al claustro pequeño, a él da la sala capitular, donde cuelgan distintos lienzos de estilo barroco, como los de Santa Tecla, doña María de Aguilar, Pentecostés o el Papa Inocencio III. Desde el punto de vista escultórico, se expone un Crucificado tardogótico, una Virgen de la Palma de mediados del siglo XVII, vuelta a policromar posteriormente, y un Niño Jesús que duerme sobre una cruz, del XVIII.

Localización: Calle Dueñas, 1. 41003 Sevilla.



Sevilla, Monasterio de San Leandro. Portada de acceso a su iglesia

Monasterio de San Leandro. Portada de acceso a su iglesia.

Desde aquí, encaminaremos nuestros pasos hacia el Real Monasterio de San Leandro, cuyos orígenes se remontan al año 1295, pero no aquí, donde lo hallamos en la actualidad, sino en un lugar cerca de la Puerta de Córdoba conocido como el Degolladero de los Cristianos y que actualmente se corresponde con la Ronda de Capuchinos. Este primer monasterio estaría bajo el patrocinio del rey Fernando IV, según consta en “cartas plomadas fechables el 15 de agosto y 8 de noviembre de 1309”, tal y como podemos leer en la Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía. La inseguridad de la zona hizo que las monjas agustinas decidieran trasladarse, lo cual hicieron en 1367 a un nuevo emplazamiento que se situaría en la Calle Melgarejos. Sin embargo, éste pronto se les quedaría pequeño, por lo que, dos años después, se mudaron de manera definitiva al lugar en el que se aún se encuentran. Se trataba de unas casa que el rey Pedro I “el Cruel”, para unos, o “el Justo” o “el Justiciero”, para otros, había incautado a Teresa Joffre por considerarla desleal, al haber apoyado ésta a sus enemigos.

Tanto la iglesia conventual como las primeras dependencias estarían construidas en pocos años, si bien a finales del siglo XVI se construiría un nuevo templo, que algunos autores han atribuido al arquitecto Juan de Oviedo, aunque en los documentos sólo consta Asensio de Maeda, quien participó en los trabajos en 1584, y Juan de los Reyes y Juan Miguel, ambos maestros albañiles. Durante los años siguientes, los más famosos e importantes escultores de la época se dedicarían a decorar esta nueva iglesia. En el siglo XVIII, se llevaría a cabo una serie de profundas reformas, entre las cuales estuvo el cambio del Retablo Mayor del templo. Conseguiría el monasterio, en cambio, sobrevivir a los conflictos del siglo XIX y a la progresiva destrucción del patrimonio del XX.

La iglesia

El templo de San Leandro, comenzado a construir en 1369 y terminado en 1377 junto con la adaptación del caserío a su uso como monasterio, sigue el modelo de las iglesias con planta de cajón, contando con una única nave, y coros alto y bajo a los pies. El acceso se abre en uno de sus laterales; se trata de una portada de trazas sencillas y esquema manierista, decorada con pilastras rematadas con esferas que flanquean el corazón ardiente, símbolo de la orden agustina. Al exterior, el muro sólo se halla decorado con un retablo cerámico de Santa Rita de Casia, obra de la fábrica de cerámicas Santa Ana de Triana; llama también la atención el mirador que alza frente a la Iglesia de San Ildefonso.

Una vez dentro, la nave se cubre con una bóveda de cañón con lunetos, dividida en cuatro tramos por medio de arcos fajones, mientras que el presbiterio cuenta con una bóveda semiesférica ornamentada con pinturas geométricas de reminiscencias manieristas.

En la cabecera, hallamos el Retablo Mayor, obra barroca (1748) que se ha atribuido usualmente a Pedro Duque Cornejo y a Felipe Fernández del Castillo. El retablo primitivo, que mencionamos antes, había sido contratado con Gerónimo Hernández y Diego de Velasco, quienes construyeron una estructura de madera de borne, pino de segura y cedro en la imaginería86, mientras que la policromía fue obra de Antonio de Alfián, Vasco Pereira, Diego de Zamora y Juan de Saucedo. En el siglo XVIII, se sustituyó por otro nuevo, como dijimos, si bien se mantuvo parte de los relieves originales, estando, además, la talla que poseía de San Leandro conservada en el refectorio.

El Retablo Mayor actual está revestido en tonos claros y carece de dorado. Cuenta con un alto banco con postigos laterales y un sagrario en el centro, dos cuerpos y un ático, quedando estructurado en tres calles que, a su vez, se subdividen por estípites, columnas abalaustradas y columnas retalladas. Se halla presidido, en el primer cuerpo, por una talla moderna del Sagrado Corazón de Jesús, que acompañan sendas imágenes del siglo XVIII de Santa Bárbara y Santa Teresa. El segundo cuerpo tiene una talla del titular del monasterio, San Leandro, y entre éste y el siguiente, se pueden contemplar varios relieves provenientes del retablo antiguo y que representan el Bautismo de Cristo, la Flagelación, la Epifanía, la Asunción de la Virgen, la Oración del Huerto y San Agustín. El retablo queda coronado por un altorrelieve sobre la aparición de Cristo y la Virgen a San Agustín y el Padre Eterno.

Comenzaremos el recorrido de la iglesia por el muro de la Epístola, donde, cerca del presbiterio, hay un Retablo de la Virgen con el Niño de estilo neoclásico datado de comienzos del siglo XIX. A continuación, está el Retablo de San Agustín, de Felipe de Ribas (1650), donde el titular aparece flanqueado por las imágenes de Santo Tomás de Villanueva y San Nicolás de Tolentino, mientras que en la parte superior se hallan Santa Clara de Montefalco y Santa Rita de Casia, junto con dos relieves de la Virgen con el Niño y de San Agustín y Santa Mónica en el puerto de Ostia; el conjunto se completa con las alegorías de la Fe y la Esperanza. Seguimos y veremos el Retablo de San Juan Evangelista, donde el santo aparece representado mediante un altorrelieve de Juan Martínez Montañés. De su taller son, además, el resto de imágenes: Santiago el Mayor, María Salomé, el martirio de San Juan ante Portam Latinam, Santiago el Menor, María Cleofás y la Virgen con el Niño, siendo las tallas de Santiago el Mayor y el relieve del martirio obra de Francisco de Ocampo. En el ático, aparece el águila de San Juan, símbolo del titular del retablo. En el coro bajo, se ha conservado un retablo igualmente dedicado a San Juan Evangelista y atribuido a Gerónimo Hernández, quizás, como apunta Manuel Jesús Roldán en su libro “Conventos de Sevilla”, “siendo probablemente el retablo primitivo que fue posteriormente sustituido”. Junto al coro, está el Retablo de la Virgen de la Consolación y Correa, con talla de 1932 de Sebastián Santos.

Pasamos, ahora, al muro del Evangelio, donde, al lado del coro, vemos un retablo neoclásico que mostraba una pintura de la Virgen dando el cíngulo87 a Santa Mónica, si bien ésta se ha sustituido últimamente por una imagen de Santa Rita de Casia, obra del siglo XIX. Seguidamente, está el Retablo de San Juan Bautista (enfrentado, recordemos, al de San Juan Evangelista); se trata de un trabajo contratado con Juan Martínez Montañés en 1621, quien haría el relieve del santo y la cabeza degollada que alude a su martirio; el retablo se completa con las tallas de San José, de la Virgen, de Santa Isabel, de Zacarías y un relieve del Bautismo de Cristo. Pasando el cancel de la iglesia, fechado en 1729, hay un retablo del siglo XVIII que enmarcan grandes estípites y que coronan fragmentos de frontón curvo con el interior en forma de venera90; antaño, lo presidía una imagen de Santa Rita, pero hoy cuenta con una talla barroca de la Virgen con el Niño; se ha atribuido a José Maestre y cuenta, alrededor, con tallas de San Antonio de Padua con el Niño, San Fernando y un Nazareno en el ático que flanquean sendos ángeles en los extremos del frontón curvo.

Como decíamos antes, a los pies del templo se hallan los coros. El coro bajo es un espacio cubierto con bóveda de cañón con lunetos dividida en tres tramos con relieves en las yeserías centrales de finales del siglo XVI. Aquí, se pueden contemplar varias pinturas y esculturas, entre otras, las de algunos retablos que antaño estuvieron en la nave de la iglesia y que fueron aquí guardados después de que se sustituyeran por otros nuevos. En un lateral, está el comulgatorio, del siglo XVIII, ornamentado con espejos, relicarios y una imagen de la Divina Pastora. También aquí, en la parte inferior, hay una sillería de finales del siglo XVII, con relieves del águila de San Juan y el escudo del monasterio en el sillón de la priora. De la misma centuria es el facistol91 que aquí se halla y que remata un pelícano, alegoría de la Eucaristía. En los muros, hay un retablo-hornacina de comienzos del siglo XVII con la cabeza de San Juan Bautista portada por ángeles. Otro retablo-vitrina, del siglo XVIII, nos muestra a la Virgen de la Granada, talla del siglo XVI atribuida a Gerónimo Hernández, si bien la policromía parece posterior. También a Hernández se ha adjudicado la imagen del Retablo de San Juan Evangelista que aquí vemos, en cuyos laterales hay relieves con escenas sobre el Apocalipsis. Pasando el sillón de la priora, está el Retablo de San Agustín, de Francisco de Ribas, obra de entre 1650 y 1651 con la que se sustituyó otro de la misma iconografía realizado por Blas Hernández y Antonio Alfián en 1598; así, el nuevo retablo se colocaría en el espacio que habría de ser un altar propiedad de Bartolomé de Dueñas y de sus herederos, comprado al monasterio en 1584 y con el patronazgo de las propias monjas, que serían las que encargaran la nueva obra. Para su ejecución, Francisco de Ribas hubo de tener en cuenta la existencia de los otros dos retablos de los Santos Juanes. En la calle central, está San Agustín, mientras que a su alrededor, vemos las esculturas de San Patricio, San Paulino, Santo Tomás de Villanueva y San Alipio; el ático lo presiden las imágenes de San Guillermo, San Nicolás de Tolentino, Santa Rita y Santa Mónica. Forman parte de un retablo que había sido concertado por Blas Hernández en el año 1598. En otro retablo-hornacina del siglo XVIII, tenemos una imagen de la Virgen del Amor. El espacio del coro bajo queda completa con distintas pinturas, un crucificado, varias vitrinas neoclásicas y un órgano barroco de la segunda mitad del XVIII.

Sevilla, Monasterio de San Leandro. Portada de acceso a la clausura

Monasterio de San Leandro. Portada de acceso a la clausura.

El monasterio

A la clausura del monasterio se accede por medio de una puerta que se abre frente a la Iglesia de San Ildefonso. Una vez que se atraviesa un pequeño patio, encontramos el torno, datado en 1743 y ornamentado con placas de cobre; aquí, se pueden comprar las famosas yemas de San Leandro, que han dado fama a este monasterio.

La zona de clausura queda organizada, como en otros conventos ya vistos, alrededor de un gran claustro central. Con planta ligeramente rectangular, cuenta con dos pisos, sustentado el superior mediante columnas de mármol blanco que sostienen arcos de medio punto peraltados92. Con un marcado estilo de la segunda mitad del siglo XVI, el patio se halla revestido con zócalos de azulejos de la misma época, además de por otros en los que se han representado motivos vegetales y paisajísticos, éstos propios del siglo XVIII; entre estos últimos, destacan dos por su iconografía: uno, que representa a la Virgen de los Reyes, y otro, a San Fernando. En el centro del claustro, hay una fuente de mármol cuya taza central queda coronada con el corazón de la orden, mientras que la galería que linda con la nave de la iglesia ha sido, tradicionalmente, lugar de enterramiento de las religiosas del monasterio.

Entre las paredes de este patio, se colocaron varias capillas y lienzos que merece la pena conocer. Ejemplo de ello es una tabla de mediados del siglo XVI de la Virgen de la Misericordia que ha llegado a nuestros días algo desfigurada por los repintes que ha sufrido a lo largo de los siglos. Entre las capillas, hay una pintura del Calvario, del siglo XVII, que posee una filacteria93 recorriendo la escena en latín. En otra, se muestra, en la parte inferior, una pintura sobre el nacimiento de San Juan Bautista, mientras que en la superior, se ve a dos ángeles portando la cabeza del Bautista después de su martirio, siendo el conjunto de ambas del siglo XVII. Es igualmente significativo el relieve del Bautismo de San Agustín, el cual formaba parte de un retablo de 1598 de Blas Hernández que, más adelante, sería sustituido por el que hay hoy, de Francisco de Ribas.

Una de las estancias que se abren al claustro es, como en otros conventos, el refectorio. De planta rectangular, cuenta con un llamativo zócalo de azulejos del siglo XVI y algunos azulejos del XVII, estando presidido por una pintura de la Sagrada Cena, obra anónima del XVII. En el frente contrario a donde se halla el cuadro, hay una hornacina que acoge una escultura de San Leandro hecha por Gerónimo Hernández y que, como dijimos más arriba, formó parte en su día del antiguo Retablo Mayor de la iglesia conventual; a su alrededor, hay una inscripción que nos relata dicho traslado. Varias son las pinturas que completan el espacio del refectorio, de entre las cuales, se puede destacar una serie anónima sobre la vida de Cristo y un lienzo de la Inmaculada, éste del siglo XVIII y con las características de Domingo Martínez.

Otra de las dependencias que nos encontramos aquí es la sala capitular, donde cuelga una pintura de la Virgen de Guadalupe firmada por Juan Correa, otra Inmaculada, parecida a la del refectorio, y un armario del siglo XVIII ornamentado con imágenes de San Leandro, San Miguel, San Agustín y San Antonio de Padua.

El solar que ocupa el monasterio cuenta con varias estancias más, como la zona del noviciado, que linda con la Calle Caballerizas. A su lado, está la cocina y, muy cerca, la lavandería, instalada en un patio columnado de pequeñas dimensiones. Asimismo, destaca el Patio de la Cruz, un espacio de doble arcada junto a la Calle Imperial. Aquí, se encuentra la enfermería de las religiosas, además de otros espacios sin uso. El jardín monacal limita con la Casa de Pilatos; de tamaño considerable, cuenta en su recinto con un pozo, una fuente y algunas dependencias que, antaño, fueron útiles para la primitiva huerta.

El 29 de agosto de 1995, con fecha de publicación en el BOE de 5 de enero de 1996, el Real Monasterio de San Leandro fue declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento.

Localización: Plaza de San Ildefonso, 1. 41003 Sevilla.



Sevilla, Monasterio de Santa María de Jesús

Monasterio de Santa María de Jesús.

Tres fueron los conventos de franciscanas clarisas que coexistieron en Sevilla: el de Santa Clara, el de Santa Inés y el que ahora nos ocupa, el más modernos de los tres, el Monasterio de Santa María de Jesús. En el año 1498, el Papa Alejandro VI dio el permiso a don Álvaro de Portugal, primo hermano de la reina Isabel “la Católica”, para que fundara un monasterio bajo la regla de Santa Clara, una bula que se ha conservado en el archivo del convento. En 1502, don Álvaro recibiría la autorización del cardenal Cisneros para que fundase el convento en unas casa compradas en la collación de San Esteban a la condesa de Haro, viviendas que, anteriormente, habían pertenecido a don Sancho Díaz de Medina.

De este modo, alrededor de 1520, se edificaría el Monasterio de Santa María de Jesús, viniendo las primeras religiosas del Convento de Santa Isabel de Córdoba y convirtiéndose en su primera abadesa Marina de Villaseca, quien traería una comunidad de doce monjas.

Manuel Jesús Roldán nos cuenta en su libro “Conventos de Sevilla” el desdichado incendio que se produjo en el monasterio la noche del 31 de julio de 1765, noche tormentosa en la que un rayo alcanzó el cenobio, prendiendo fuego a la parte alta de los dormitorios, en una zona conocida como la camareta, lugar en el que las religiosas guardaban ornamentos y donde hacían sus labores de flores contrahechas. El incendio se expandiría rápidamente por el área Norte, arrasando la armadura de la escalera principal, la techumbre de algunos dormitorios y algunas otras dependencias. Las hermanas pudieron salvar algunos muebles y objetos, pero acabaron teniendo que refugiarse en la parte del claustro hasta que acudieron en su auxilio varias personas que intentaron sofocar el fuego. Viendo el peligro, se decidió que las monjas fueran evacuadas al Real Monasterio de Santa Inés; en medio de la tormenta, fueron atendidas por don Francisco Larumbe, hijo del asistente94, quien gestionaría que se refugiaran en el Monasterio de San Leandro, quedándose en él hasta el día siguiente, cuando partieron en coches de caballos hasta de Santa Inés. El incendio duraría, pese al esfuerzo de los vecinos, hasta el 4 de agosto. Las obras de reparación fueron relativamente rápidas, pues, a pesar del estado en que quedó el convento, las monjas volverían a él el 9 de julio del año siguiente.

Un nuevo incendio tuvo lugar el 7 de junio de 1858 –si bien éste pudo ser sofocado–, tras una restauración llevada a cabo en el inmueble después de que éste estuviera un tiempo abandonado a causa de los sucesos acaecidos en el marco de la Guerra de la Independencia Española y la presencia del ejército francés en la ciudad.

La comunidad religiosa también sobreviviría a la desamortización de unos años antes y en 1866, se enriquecería gracias a la llegada de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, que se trasladaría a la iglesia de este monasterio por orden del cardenal desde el Convento del Valle (hoy, templo de la hermandad de los Gitanos).

En el siglo XX, entre 1936 y 1943, el convento acogería a la comunidad del Monasterio de las Salesas (vecinas, en realidad, pues sus muros son contiguos por el área de la huerta, algo único en Sevilla), cuyo cenobio había sido incendiado en 1936, en plena Guerra Civil Española (1936-1939). En 1996, llegarían al monasterio las últimas cinco religiosas que todavía quedaban en el Monasterio de Santa Clara, antes de que éste perdiera su carácter religioso, y, como bien apunta Roldán, “Curiosamente, el más joven de los monasterios de clarisas acaba acogiendo a la comunidad más antigua de la ciudad”.

Sevilla, cv-sta-ma-jesus-portada

Portada de la iglesia de Santa María de Jesús.

La iglesia

Si hay algo que los devotos conocen bien del templo de Santa María de Jesús es el azulejo dedicado a San Pancracio que aparece en el muro exterior de la iglesia, en lo que parece ser una antigua portada hoy cegada, santo al que, especialmente los lunes, acuden los fieles a pedir salud y trabajo. La portada de acceso, que sigue un esquema manierista, fue una obra de alrededor de 1590 del arquitecto Juan de Oviedo, el maestro cantero Juan de la Torre y Alonso de Vandelvira, quien recibiría el traspaso de la obra. Se conoce que fue reformada en el año 1695. Cuenta con una hornacina en la que se expone la imagen en piedra de Santa María de Jesús, obra de Juan de Oviedo. Con respecto a este acceso, cabe señalar aquí la importancia de lo que apunta Manuel Jesús Roldán, al decir que “los conventos de Sevilla no mantienen el esquema de doble puerta que solían tener los conventos franciscanos aunque la restauración del muro ha permitido el descubrimiento de un arco de lo que podría haber sido la segunda puerta del templo”.

Como las otras iglesias ya vistas, ésta también tiene planta de cajón. De una única nave, carece de capillas laterales y el testero de su cabecera es plano; los coros alto y bajo se mantienen a los pies, separando así la zona de la clausura de la pública –una reforma posterior llevó la liturgia a los pies del Retablo Mayor, por lo que fue necesario añadir una reja que marcase el nuevo límite–. Una bóveda de cañón dividida en tres tramos por arcos fajones cubre la nave, estando decorado el centro de cada uno de esos tramos de macollas95 de hojarasca. El presbiterio, que se eleva mediante seis escalones con respecto al resto del edificio, fue construido por Juan de Oviedo, siguiendo un diseño de Pedro Díaz Palacios; queda cubierto por un artesonado de madera de finales del siglo XVI ornamentado con lazos y piñas de mocárabes96 doradas, algo no muy frecuente en los conventos sevillanos. El conjunto del templo se reformaría a finales del siglo XVII, trabajos en los que se añadiría en la nave la decoración de yeserías y se ocultaría la armadura original de madera, la cual continúa de manera íntegra conservada como techumbre en el coro alto.

El Retablo Mayor data de 1690, siendo su ensamblador Cristóbal de Guadix; en él, se puede ver una serie de esculturas realizadas por Pedro Roldán, a excepción de una de ellas, cuya autoría se ha atribuido a su hija, Luisa Roldán, famosa escultora del siglo XVII y más conocida como la Roldana, considerada como la primera escultora española registrada; se trataría de una imagen en la que se representa a la Virgen en el momento de cambiar los pañales al Niño. El cuerpo del retablo fue construido en pino de Flandes, estando su estructura compartimentada por medio de columnas salomónicas97 de seis espiras98 que se decoran con pámpanos100; el baldaquino101 central cumple una función de camarín102. En el banco, está el sagrario, realizado en 1967 en plata con incrustaciones de marfil por el orfebre Manuel Domínguez; éste queda flanqueado por sendas pinturas de pequeño tamaño, una, de San Buenaventura, y la otra, de San Antonio de Padua, además de por ángeles tenantes103.

La iconografía del retablo es claramente alusiva a la orden franciscana, exhibiendo las imágenes de San Francisco de Asís y de Santa Clara; en la parte superior, están los bustos de San Miguel y de Santa Catalina, ambos atribuidos a Luisa Roldán. En los laterales del ático, están colocados San Juan Bautista y San Juan Evangelista, mientras que en el centro hay un altorrelieve del Nacimiento de la Virgen, obra de Pedro Roldán.

No abandonaremos el presbiterio, pues en él contemplaremos el zócalo de azulejos con que están recubiertos los laterales; datado en 1589, se ha atribuido generalmente al ceramista Alonso García y, en él, se han representado motivos alternos de clavo y punta de diamante superpuestos sobre guirnaldas y cenefas geométricas. En la parte superior de los paramentos, hay unas pinturas murales sobre temas monacales y con la representación de cuatro arcángeles, todo ello cercano al estilo de Lucas Valdés y de alrededor de 1690. En cuanto al frontal del altar, éste está realizado con paños de azulejos que fueron aquí trasladados desde uno de los locutorios del Monasterio de Santa Clara; en ellos, se representa a Santa Clara, San José con el Niño, San Juan Bautista, la Inmaculada y San Francisco de Asís.

Seguimos en el presbiterio y, en el muro lateral derecho, veremos el Retablo de Jesús Nazareno, más conocido como Jesús del Perdón, obra recompuesta por Cipriano Eugenio Ruiz a partir del primitivo retablo de la Virgen del Valle, de la Orden Tercera; la imagen principal se ha relacionado con el escultor cordobés Juan de Mesa.

Ya en la nave, en este mismo lado de la Epístola, encontraremos varios retablos. Uno de ellos es el Retablo de San Antonio de Padua, obra de finales del siglo XVII y cuya imagen titular se ha atribuido al taller de Pedro Roldán. Otro es el Retablo de la Inmaculada, del mismo período, si bien la imagen que lo preside es una talla del siglo XVIII que algunos autores han relacionado con el taller de Pedro Duque Cornejo; en el ático, cuenta con un altorrelieve de San José y el Niño que guarda la estética usual del taller de Roldán. Al lado de una imagen de San Pancracio, se halla el Retablo de las Ánimas, de Asensio de Maeda y Juan de Oviedo, quienes firmarían el contrato con Lope de Tapia en 1587; en él, las ánimas aparecen representadas en una pintura del siglo XVIII, mientras que en el centro, hay un relieve de Cristo camino del Calvario; en la parte superior, hay una representación del Padre Eterno. Sobre los muros, hay sendas pinturas murales del siglo XVII de Santa Rosa de Viterbo y San Diego de Alcalá, mientras que la imagen de San Pancracio es una obra moderna que llegó a la iglesia de la mano de don Enrique de la Vega para sustituir a una anterior colocada en el templo en 1954 y posteriormente donada a otro cenobio.

Pasamos ahora, desde donde estamos, al lado izquierdo de la nave, donde tenemos el Retablo de San Andrés, de finales del siglo XVII. Seguidamente, se halla el Retablo de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, enmarcado por columnas salomónicas y con ornamentación de motivos vegetales, quedando coronado por un relieve de Santa Rita de Casia. Los muros altos de la nave presentan una serie de pinturas traídas del Monasterio de Santa Clara. Sobre la reja del coro bajo, hay un Crucificado de tamaño natural del siglo XVII proveniente del mismo cenobio y rodeado por distintas pinturas, destacando una en la que se ha representado a los Mártires franciscanos del Japón, lienzo de autoría anónima del siglo XVII.

En este muro del Evangelio, se abre la antigua capilla, y lugar de enterramiento, del veinticuatro104 Felipe de Pinelo. Se trata de un espacio de planta rectangular recrecido en el año 1850 y que queda cubierto, en su parte más antigua, por medio de una techumbre de madera policromada de finales del siglo XVI. Diferentes son los cuadros que aquí podremos contemplar, destacando, entre las obras expuestas, un Calvario de plata; en el muro frontal, hay un magnífico Nacimiento del siglo XVII traído, como otras piezas ya vista, de Santa Clara, y formado por el Misterio y dos pastores de tamaño natural. Su autoría se ha atribuido a Luisa Roldán y, al parecer, el conjunto había llegado a Santa Clara procedente de otro convento actualmente desaparecido, la Casa Grande de San Francisco, situado en lo que hoy es Plaza Nueva.

A los pies del templo, como dijimos, se hallan los coros. El bajo fue ampliado en 1960, restando para ello espacio a la iglesia. Se cubre con un artesonado de casetones105 de principios del siglo XVII. Aquí, se acogen varias piezas de destacado interés, comenzando por la que lo preside, una imagen de la Virgen del Rosario, de finales del siglo XVII. En el muro lateral derecho, sobresale el Niño Príncipe, talla que, según la tradición, fue un regalo que don Álvaro de Portugal hizo al convento en tiempos de su fundación, si bien su aspecto lo sitúan en el manierismo del último tercio del XVI; se encuentra cobijado por una hornacina cuyas puertas se ornamentan con pinturas de finales del siglo XVI. En el muro izquierdo, hay una talla de San Francisco de Asís de finales del XVII y una Dolorosa cercana a la obra del escultor José Montes de Oca.

En cuanto al coro alto, éste es utilizado por las religiosas en invierno. Es de planta rectangular, y ha conservado, como dijimos antes, la armadura de madera original como techumbre, estando ésta dividida en cinco paños. Aquí, se halla una sillería de sencillas trazas y estilo neoclásico. En la actualidad, este coro lo preside una imagen de la Virgen de la Esperanza traída hasta aquí desde el Monasterio de Santa Clara. En sus muros, también cuelga un Crucificado barroco, un lienzo del siglo XVIII en el que se ha representado el grupo de Santa Ana de la parroquia de Triana y otro de la misma centuria con escenas de la vida de San Pascual Bailón.

El monasterio

En el mismo paramento en que veíamos el azulejo de San Pancracio cuando hablábamos de la iglesia, se halla el acceso al torno y a la tienda de recuerdos del monasterio, y por medio de un patio de reducidas dimensiones, se llega a los locutorios y al claustro principal. La estructura de la clausura gira en torno a dos patios: el claustro principal, que discurre paralelo a la iglesia, y el conocido como Patio Pequeño, a través del cual se llega al coro bajo.

El claustro principal, del siglo XVI, guarda la misma longitud que la iglesia. El piso inferior queda organizado por medio de columnas de mármol sobre las que apean arcos de medio punto peraltados, siendo éstos rebajados en la planta de arriba. Uno de los frentes quedó bastante afectado por el incendio acaecido en 1765, por lo que, durante la restauración, se sustituirían las columnas de este lateral por pilares de ladrillo. En un ángulo de acceso, hay un azulejo del siglo XX del Nazareno de Pasión, llegado aquí a través de una donación de la desaparecida clínica Virgen de los Reyes. Son llamativos, igualmente, los zócalos de azulejería, habiéndose añadido en algunos de sus muros paneles en los que se representan diferentes escenas de cacerías y de pesca, los cuales provienen de los locutorios del Monasterio de Santa Clara. En el centro, hay un pozo del que se extrae el agua para el riego.

A este claustro, se abren diferentes estancias, como el refectorio, el despacho de la abadesa, el taller de encuadernación o una sacristía interior en la que se guardan algunas piezas destacables, como un escritorio hispano-filipino con incrustaciones de nácar y marfil, o un bargueño106 castellano de los siglos XVII-XVIII. También en la planta baja del monasterio, se halla la biblioteca y el archivo, dependencia de planta rectangular en la que, además de numerosos documentos y libros de gran interés histórico, se pueden contemplar diferentes miniaturas y pequeñas tallas, sobresaliendo un busto relicario107 del siglo XVI que guarda la sangre de Santa Úrsula.

En el piso alto, se distribuyen la hospedería para las hermanas de la federación (antiguo noviciado), las celdas, el acceso al coro alto y el conocido como santuario. En los diversos pasillos y dependencias, es posible ver un buen número de esculturas expuestas en muebles o vitrinas. Algunas de las tallas que se pueden citar son, por ejemplo, un grupo de la Piedad, hecho en barro cocido policromado en el siglo XV, una Virgen del Pilar, del XVI, o un Misterio del Nacimiento que se ha atribuido a Pedro Roldán. Además, en la sala de labor, una gran vitrina expone un formidable Belén compuesto por innumerables figuras del siglo XVIII que queda presidido por un Misterio cercano al estilo de Luisa Roldán.

Otra de las estancias interesantes del piso superior, y que hemos mencionado de pasada en el párrafo anterior, es el santuario, donde se han instalado cuantiosas vitrinas en las que se exponen desde un Cristo Yacente de tamaño natural a varias reliquias, distintas tallas relacionadas con la orden franciscana, crucifijos hechos de distintos materiales, etc.

Localización: Calle Águilas, 22. 41003 Sevilla.



Sevilla, Convento de Madre de Dios de la Piedad

Convento de Madre de Dios de la Piedad.

Cuando en el año 1492 los judíos son expulsados definitivamente, varios fueron los solares que quedaron vacíos tras su marcha. Uno de estos solares, en concreto, uno que había estado ocupado por una sinagoga, será el que reutilicen las monjas dominicas del Convento de Madre de Dios de la Piedad. Su fundación tuvo lugar en 1472, siendo su impulsora doña Isabel Ruiz de Esquivel, viuda de don Juan Sánchez de Huete, alcalde mayor de Sevilla; para ello, escogería un edificio cuyo propietario era el Hospital de San Cristóbal y Santiago, donde fundaría el beaterio; en 1476, las mujeres aquí recogidas recibirían el hábito de la orden y la regla de Santo Domingo.

Varias fueron las inundaciones que sufrió la comunidad en el año 1485, quedándose este emplazamiento en un estado completamente ruinoso. Las monjas, entonces, acudieron a la reina Isabel “la Católica” para pedirle ayuda, petición que sería oída gracias al afecto que sentía por esta comunidad con la que, incluso, había llegado a convivir alguna de las épocas que pasaba en Sevilla. También intervendría el inquisidor general, fray Tomás de Torquemada, quien pediría para ellas unas casas principales que habían sido confiscadas a los judíos en la collación de San Nicolás. Así, la reina concedería a las religiosas unas casas en la zona de la antigua judería en la que, además, como dijimos, se había hallado una de las sinagogas principales de Sevilla. El traslado se efectuaría en 1486, comenzando, entonces, las obras gracias a las numerosas aportaciones de particulares y algunas contribuciones generosas como la fray Diego de Deza, arzobispo de Sevilla. Los trabajos se llevarían a cabo hasta el siglo XVI y, a mediados de esta centuria, se empezarían a añadir dependencias nuevas. La mayor parte del templo se ejecutó entre 1551 y 1580, motivo por el cual hemos decidido incluir este convento en esta página.

La inversión fue tan cara que, en 1598, la priora tuvo que pedir unas nuevas concesiones económicas al rey Felipe III. A su vez, se fueron acumulando donaciones, tierras, explotaciones, etc., y, además, el cenobio comenzó a estar relacionado con algunos de los linajes más importantes de la ciudad, como por ejemplo la familia de Hernán Cortés –que llegaría a ser patrona de la Capilla Mayor, donde sería enterrada–. Sobre esto, Manuel Jesús Roldán nos cuenta en su “Conventos de Sevilla” que “Como curiosidad representativa de una época, el convento acogió como monja a una hija de Bartolomé Esteban Murillo, sor Francisca de Santa Rosa, que profesó en el convento en 1671, sin haber cumplido los dieciocho años. Algunos años más tarde el pintor donaría al convento una esclava berberisca para la atención de su hija, un dato que explica la elevada posición social que podía alcanzar una monja en los siglos XVI y XVII”; además, “en 1692 una real provisión concedía al convento la facultad de colocar cadenas y armas reales en la puerta del edificio, toda una confirmación de la condición de real que se otorgaba al monasterio”.

El número de religiosas se mantendría más o menos estable hasta el siglo XVIII, momento a partir del cual las vocaciones descenderían. El siglo siguiente no iría mucho mejor, sino al contrario, con el acecho de las desamortizaciones y de la Revolución “La Gloriosa” en 1868. Una buena muestra de esto es que, entre 1832 y 1854, y entre 1868 y 1881, no profesó ninguna religiosa. Cuando por la desamortización de 1835 se suprimieron hasta nueve conventos de monjas en Sevilla, dos de ellos de dominicas, el de Santa María de Gracia y el de Santa María de la Pasión, las religiosas del segundo de ellos se trasladaron al Convento de Madre de Dios. Éste conseguiría sobrevivir sin ser suprimido, pero sí que acabó perdiendo un amplio número de tierras y de rentas que cobraba por los tributos, dotaciones, etc., lo que dañó la economía de la comunidad de una manera tal, que nunca llegó a recuperarse.

Pero si grave fueron las consecuencias de la desamortización, peores fueron las de la Revolución de 1868: la junta revolucionaria decretaría la incautación del convento, teniendo las monjas que trasladarse y llegando a planearse el derribo del edificio, algo que, por suerte, se paralizó, gracias, entre otros motivos, a la intervención de Francisco Mateos Gago, catedrático de teología en la Universidad de Sevilla, decano de la Facultad y miembro de la comisión de monumentos de la ciudad. Se llegaría incluso a plantear la construcción de un mercado de abastos, para lo que se seguiría un proyecto del arquitecto municipal Juan Talavera. Durante la incautación del edificio, las religiosas se refugiaron en el Monasterio de San Clemente, donde permanecerían nueve años. En ese tiempo, el edificio conventual fue ocupado por la Escuela Libre de Medicina y Cirugía, derribándose algunas dependencias y adaptándose, otras. Algunas piezas del patrimonio que atesoraba fueron a parar al Museo de Bellas Artes de Sevilla, donde aún se pueden contemplar, pero algunas cosas desaparecerían para siempre, empezando por parte del propio monasterio, cuyo tamaño se redujo a una cuarta parte de la superficie que ocupaba originalmente. Y es que además del sector que ocupó la Escuela, las monjas también perderían otra parte del conjunto en lo que hoy es la Calle Muñoz y Pabón, frente a la portada de la Iglesia de San Nicolás.

Asimismo, el sector del antiguo claustro principal tuvo distintos usos: siendo Escuela de Medicina, en el año 1931, sufrió un importante incendio que conllevaría una necesaria restauración; posteriormente, lo ocuparía la Escuela de Comercio o la Facultad de Ciencias del Trabajo. Actualmente, es sede del Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla.

Cuando la comunidad de monjas regresó a su convento, comenzó un largo y lento camino de restauraciones que se prolongarían durante el siglo XX, apoyadas éstas por benefactores particulares.


Sevilla, Portada de acceso a la iglesia del Convento de Madre de Dios

Portada de acceso a la iglesia del Convento de Madre de Dios.

La iglesia

El templo del Convento de Madre de Dios es uno de los elementos patrimoniales que más destaca del conjunto monacal. Se trata de una iglesia cuya construcción finalizaría en 1572, siendo, probablemente, uno de los templos conventuales más altos y profundos de Sevilla. De trazas de autoría desconocida, sí se sabe que las obras fueron dirigidas en algún momento por Juan de Simancas, maestro de obras en el Alcázar, y Pedro Díaz Palacios, sucesor de Hernán Ruiz II como maestro mayor de la Catedral de Sevilla.

La portada de acceso se abre en el muro del Evangelio, pudiendo datarse alrededor de 1590-1600. Construida en piedra, cuenta con los escudos dominicos de la Casa Real como símbolo del patronazgo de la monarquía. En la parte superior, una hornacina acoge una imagen de la Virgen entregando el Rosario a Santo Domingo, con el Padre Eterno en el ático y, a los pies, un perro con una antorcha en la boca. El autor de dicho relieve es Juan de Oviedo.

Dentro, nos encontraremos con un cancel barroco que cumple una función de transición al templo entre el exterior y el interior; se trata de una obra realizada en noviembre de 1775 por el tallista Manuel Barrera. Con planta de una sola nave, los coros alto y bajo se hallan a los pies, como en los demás templos ya vistos. El suelo del pavimento, de barro cocido y pintado en almagra109, se encuentra lleno de enterramientos, quedando el edificio cubierto por un extraordinario artesonado dividido en cinco paños que podría compararse al del Monasterio de San Clemente y que fue contratado en 1564 por Francisco Ramírez, Alonso Ruiz y Alonso Castillo; en el presbiterio, por su parte, forma una cúpula ochavada.

En cuanto a los sepulcros, un total de 23 en toda la iglesia, podemos destacar los de doña Juana de Zúñiga, viuda de Hernán Cortés, y los de sus hijas, Catalina y Juana, situados en los muros laterales del presbiterio; las esculturas de piedra originales parece que fueron hechas por Diego de Pesquera y serían las que hoy se hallan conservadas en el Monasterio de la Cartuja. El resto de enterramientos se corresponden con los de religiosas y personajes importantes de la vida sevillana. A estos 23, habría que sumar, además, los diez que se hallan en el coro bajo.

El Retablo Mayor, realizado por Francisco de Barahona entre 1702 y 1704 siguiendo las órdenes del capitán Andrés Bandorne, sustituye a otro anterior, de entre 1570 y 1573, de Juan de Oviedo, con imaginería de Gerónimo Hernández, y dorado y policromado por Antonio Alfián y Luis Fernández Valdivieso. De éste, se conservó la Virgen del Rosario, también llamada Madre de Dios de la Piedad, el relieve de la Última Cena y el Calvario del ático, existiendo algunas dudas sobre la autoría de la figura de la Magdalena. En la parte de la clausura conventual, se ha conservado, asimismo, una talla de un Resucitado que, antaño, coronaba el antiguo retablo. El actual, dividido en calles por medio de columnas salomónicas, cuenta, además, con una profusa decoración a base de motivos vegetales. En las calles laterales, tenemos a San Andrés, San Pedro, Santo Tomás de Aquino y San Vicente Ferrer; el conjunto se completa con distintos santos dominicos, como la talla de Santo Domingo que hay en el tercer cuerpo; las imágenes fueron obra de Barahona, con la ayuda de sus colaboradores; así, el dorado y el estofado de dichas imágenes corrió a cargo de José López, siendo contratado en 1705.

Comenzaremos el recorrido del templo por el muro izquierdo, donde, al lado de la portada de acceso, hay un retablo recompuesto en el año 1620; presenta una serie de pinturas de Pedro Villegas Marmolejo fechables alrededor de 1575 y que representan a San Andrés, Santiago y la Visitación; otras pinturas son del siglo XVII. Así, la del centro es una tabla del XVI con la escena del entierro de Cristo que algunos autores han atribuido a Miguel Adán. De sumo interés es el frontal del altar, revestido con un zócalo de azulejos en los que se ha representado a la Virgen con la luna a sus pies. Más adelante, encajado en un arcosolio, se halla el Retablo de San Juan Evangelista, que presenta un esquema similar al del trabajo de Miguel Adán y que podría ser de entre 1580 y 1582; en él, se nos muestra al santo escribiendo el Apocalipsis en la isla de Patmos, además de otras escenas suyas, de la Última Cena y del Apocalipsis; en el ático, hay un Calvario que rodean los apóstoles, mientras que en el banco, los paños de azulejos, del siglo XVI, exhiben temas apocalípticos, como a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, entre otros; el conjunto se ha atribuido con seguridad a Cristóbal de Augusta, quien ya había realizado un buen número de piezas para los Reales Alcázares.

Atravesamos el presbiterio y nos detenemos en el muro de la Epísola, donde, lo primero que veamos, será el Retablo de San Juan Bautista (una vez más, enfrentado al del Evangelista), de entre 1575 y 1585, igualmente de Miguel Adán y policromado por Agustín Colmenares. Presidiéndolo, en el arco del centro, tenemos la escena del Bautismo de Cristo; a su alrededor, hay varios relieves planos y policromados en los que se representaron escenas de la vida del titular. Superamos, ahora, el acceso al torno interior del monasterio hasta llegar a la altura del Retablo de la Virgen del Rosario, trabajo anónimo de finales del siglo XVI que nos muestra las figuras de Santo Domingo de Guzmán, la Virgen titular y Santo Tomás; En los laterales y en el ático, hay sendos relieves con pasajes de la vida de Cristo. Al final de la nave, está la Capilla de don Rodrigo Jerez, correo mayor de Sevilla y patrocinada por él en 1570; su retablo no se halla en las mejores condiciones, pues parece deteriorado y demasiado repintado; en él, se ha representado el tema de la Sagrada Lanzada, siendo atribuido a Pedro de Campaña, mientras que en los muros laterales hay paños de azulejos del siglo XIV.

Cuenta la iglesia con una rica decoración pictórica mural, de la cual destacan los frescos que se hallan en la Capilla Mayor, en los cuales se mezclan la pintura al fresco con retoques al óleo, técnica habitual en los trabajos de Lucas Valdés, a quien se ha atribuido la autoría. Las inscripciones inferiores han facilitado, a pesar de la mala conservación del conjunto, la identificación de los representados: San Pío V, San Alberto Magno, San Antonio de Padua y San Agustín. El arco toral y las columnas que lo sustentan cuentan con una profusa ornamentación de roleos110, ángeles, etc. Asimismo, de las paredes del templo cuelgan algunos lienzos que merece la pena contemplar, como los barrocos de Santo Domingo in Soriano, de Juan del Castillo, y de Santa Rosa de Lima, copia de Murillo, en la Capilla Mayor; el de San Juan Bautista, del siglo XVII y ubicado a los pies de la nave; o el que muestra el Martirio de San Lorenzo, atribuido al flamenco Pieter van Lint e instalado sobre la puerta de acceso a la sacristía.

A los pies del templo, una doble reja separa el coro bajo del resto de la nave. Se trata de un espacio de planta cuadrangular cubierto por un artesonado de principios del siglo XVII provisto de grandes vigas de madera decoradas con rosetas. En el muro de la reja, han llegado a nuestros días unas pinturas murales de comienzos del siglo XVIII que parecen representar a San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen. La sillería, de trazas sencillas, está formada por ochenta asientos, estando datada del siglo XVI, al igual que el facistol. Destacan aquí principalmente dos tallas realizadas en madera: por un lado, un Santo Domingo orante, y por otro lado, una Santa Catalina con el Rosario; las dos eran parte del Retablo Mayor, por lo que son obras de Gerónimo Hernández y formaban un conjunto con la Virgen del Rosario del camarín central. En el centro, está el antiguo Crucificado de la Enfermería, talla datable de alrededor de 1500 y que ha sido atribuida al círculo de Pedro Millán. También es digna de mención una Virgen de Copacabana, imagen de principios del XVII de autoría atribuida al escultor boliviano Acostopa Inca; se halla instalada en una vitrina de un altar lateral que se ornamenta con una profusa decoración de yeserías barrocas y a cuyos pies se halla la tumba de Sor Bárbara de Santo Domingo, más conocida como la “Hija de la Giralda”, por ser la hija del campanero Casimiro Jurado y haber nacido en dicha torre. En el antecoro, hay una Virgen con el Niño de estilo gótico y atribuida a Lorenzo Mercadante de Bretaña; sin embargo, su policromía es ya de época barroca.

El coro alto, de menor interés, artísticamente hablando, lo preside una imagen de la Virgen del Rosario, del siglo XVI, a la que acompaña otra de San José con el Niño, ésta de principios del XVII. En una pequeña sala que hace la función de antecoro, hay una imagen de un Resucitado realizada por Gerónimo Hernández y que formaba parte del Retablo Mayor del templo, concretamente de su ático. En el acceso a este coro, en una pequeña estancia, hay una Magdalena que, como la imagen anterior, pertenecía al antiguo Retablo Mayor y que, como aquella, se situaba en el ático.

Sevilla, Fachada del Convento de Madre de Dios, de estilo neogótico

Fachada del Convento de Madre de Dios, de estilo neogótico.

El convento

De una extensión modesta, en comparación con otros cenobios sevillanos ya vistos, motivado esto por la pérdida de terrenos en el siglo XIX que ya vimos, el Convento de Madre de Dios de la Piedad se estructura alrededor de un claustro de planta cuadrangular, de corte adintelado, con columnas marmóreas sobre pedestales y con vigas de madera presentes en los dos pisos. Se trata, como apunta Manuel Jesús Roldán, de “un ejemplo de patio doméstico del siglo XIX que no sigue los habituales modelos monumentales de otros conventos y en cuyos frentes se sitúan las celdas de las monjas, el refectorio y el acceso a los locutorios”. Dentro de la clausura, hay también un patio ajardinado que data de la segunda mitad del siglo XVI y que está dotado de varias galerías desiguales, mezclándose en ellas los arcos de medio punto con los carpaneles y las galerías adinteladas del piso superior.

El 8 de julio de 1971, con fecha de publicación en el BOE de 28 de julio de 1971, el Convento de Madre de Dios de la Piedad fue declarado Monumento Histórico-Artístico.

Localización: Calle San José, 4. 41004 Sevilla.



Sevilla, Casa de Santa Teresa

Casa de Santa Teresa.

Nuestro siguiente punto será la conocida como Casa de Santa Teresa, en el número 60 de la hoy Calle Zaragoza (antiguamente, Pajería, Pajerías o Pajarería, según la fuente a consultar). El edificio fue comprado en el año 1576 por Lorenzo Cepeda (citado, a veces, como Lourencio), hermano de Santa Teresa, que acababa de llegar de Indias, y el clérigo García Álvarez para alojar en él a las seis monjas que acompañaban a la Santa y que, hasta entonces, se hospedaban con ella en una pequeña casa de la Calle de las Armas (actualmente, Alfonso XII), cerca del antiguo Convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes de Sevilla. Estas primeras religiosas eran María de San José, Isabel de San Francisco, María del Espíritu Santo, Isabel de San Jerónimo, Leonor de San Gabriel y Ana de San Alberto.

En su “Libro de las Fundaciones”, según se cita en el artículo “La casa de Santa Teresa en Sevilla. Residencia de D. Armando de Soto” (1927), de Vicente Traver –arquitecto que reformaría el edificio para uno de sus posteriores dueños–, Santa Teresa de Jesús deja dicho que en dos o tres días se hicieron las escrituras, habiéndose pagado por el inmueble un precio de seis mil ducados, y que “por la oposición que los vecinos frailes franciscanos ponían en que a ella se trasladasen, tuvieron que hacerlo de noche y con harto miedo”. De la casa, la Santa hablaba así en una carta dirigida a Fray Ambrosio Mariano de San Benito:

“La casa es tal que no acaban las hermanas de dar gracias a Dios. Todos dicen que fué de balde y ansi certifican que no se hiciera ahora con veinte mil ducados. El puesto, dicen, es de los buenos de Sevilla. Ha sido una dicha harto grande topar tal casa. Con el alcabala tenemos harta contienda. Hácese la ilesia en el portal y quedará muy bonita. Todo viene como pintado. Dice el teniente que no hay mejor casa en Sevilla ni en mejor puesto. Paréceme no se ha de sentir en ella el calor. El patio parece hecho de alcorza. Ahora todos entran en él, que en una sala se dice Misa hasta hacer la ilesia, y ven toda la casa, que en el patio de más adentro hay buenos aposentos. El huerto es muy gracioso, las vistas estremadas”.

Tras algo más de un mes de obras, terminadas éstas, el 27 de mayo de 1576 se puso el Santísimo Sacramento.

Las monjas permanecerían en esta casa diez años, hasta junio de 1586, momento en que se trasladarían al Convento de San José del Carmen, o de las Teresas, –traslado que estuvo presidido por el propio San Juan de la Cruz, llegado a Sevilla para la ocasión–, donde permanece la actual comunidad de carmelitas descalzas. Desde ese momento, el antiguo edificio es conocido como Casa de Santa Teresa.

En él, se conservaron su primitiva fachada y su interior con algunas modificaciones hasta que en el año 1882 se llevaron a cabo obras de reforma que lo transformaron en una casa más acorde con el estilo imperante de la época, con balcones y miradores de forja, molduras ornamentales hechas de yeso, techos rasos, etc. Cuenta Vicente Traver en el artículo antes mencionado que “Nos quedó solamente un dibujo de la fachada que en 1882, al tener noticia de que iba a reformarse, mandó hacer el entonces arzobispo de Sevilla y monje carmelita, el cardenal Lluch, publicándose en la edición autografiada que del Tratado de las Moradas se hizo en dicho año para conmemorar el tercer centenario de la gloriosa muerte de la Santa”.

En el año 1924, la casa fue comprada por don Armando de Soto, quien se mostró interesado en que ésta recuperase su imagen original, trabajos que serían proyectados, como hemos dicho, por Vicente Traver. Tras los primeros reconocimientos al dar comienzo las obras, se comprobó que, a excepción de parte de la crujía de fachada, los demás elementos arquitectónicos eran los de la primitiva construcción. En el patio, se había levantado su nivel y se habían rebajado los arcos, si bien, al eliminar uno de los cielos rasos112, se halló bajo él una buena parte de los techos originales de la casa. La escalera parece que fue transformada por completo en la reforma de 1882, dotándola de un nuevo trazado que Traver describe como “incómodo y mezquino”. En la planta principal, en lo que posteriormente fueron el salón y el comedor, se habían conservado “hermosos techos en armadura de barca”.

Entre las principales obras ejecutadas por Traver, en el exterior, se reconstituyó la fachada, y en el interior, la disposición del zaguán; asimismo, el patio se dejó con galerías altas en tres de sus laterales, mientras que en el cuarto frente, el orientado al Sur, se habilitó una azotea; se reconstruyó la escalera, formando en su desembarque en el piso un gran zaguán; y se colocó una colección de puertas antiguas.

Localización: Calle Zaragoza, 60. 41001 Sevilla.



Sevilla, Portada principal de la iglesia del Convento de San José del Carmen o de las Teresas

Portada principal de la iglesia del Convento de San José del Carmen o de las Teresas.

Nuestra última parada será en el Convento de San José del Carmen, también conocido como Convento de las Teresas, de carmelitas descalzas, lugar al que llegaron las religiosas en 1586, con Santa Teresa al frente, tras abandonar la casa de la Calle Zaragoza que hemos visto anteriormente. En 1603, se agregaron nuevas casas a este emplazamiento, las cuales fueron compradas al banquero sevillano Pedro de Morga, para lo cual hubo que adaptar la estructura que solían seguir los conventos carmelitas a la disposición de la judería de Sevilla y al inmueble ya existente. Como nos cuenta Manuel Jesús Roldán, “El banquero Pedro de Morga se vio obligado a la venta de su casa tras haber llegado a la quiebra económica; sus acreedores sacaron sus posesiones en pública subasta, siendo adquirida la construcción por Alonso de Paz, que vendió posteriormente el edificio a la comunidad carmelita”.

Fuente de nuevas fundaciones por toda Andalucía, el Convento de las Teresas pasaría por serias dificultades en el siglo XIX, con la aplicación de las desamortizaciones. Uno de los decretos establecía que debían ser cerrados todos aquellos monasterios que contasen con menos de 20 religiosas entre sus muros. Y es que la orden carmelita tenía por norma que sus conventos no debían exceder la cantidad de 21 monjas, por lo que se hallaban al límite. Para poder sortear este problema, las carmelitas apelaron a la reina Isabel II (ENLACE), que acabaría por permitir la entrada de novicias al cenobio. Roldán apunta, además, que “La práctica desaparición de los carmelitas masculinos (Santo Ángel y convento de los Remedios) supuso una inseguridad jurídica añadida, ya que estaban bajo su jurisdicción, algo que acabó desembocando en el sometimiento al Ordinario a partir de 1852”. Pero esto no sería todo. A los problemas económicos, se juntaron otras dificultades para las monjas durante el siglo XIX, como por ejemplo, la caída de un proyectil en el recinto durante el bombardeo que sufrió Sevilla en el año 1843 por orden del general Espartero (ENLACE) por haberse rebelado la ciudad en contra de su Regencia y en favor de la Constitución, las libertades y la figura de Isabel II (ENLACE) como reina. Asimismo, el 2 de junio de 1856, se produjo un terremoto que dañaría el convento, lo que motivó que tuviera que someterse a posteriores reparaciones.

Dentro de los numerosos trabajos de restauración y reformas por los que ha pasado el monasterio, destacan los llevados a cabo en el siglo XX. Así, entre 1950 y 1952, el arquitecto municipal Aurelio Gómez Millán diseñó un proyecto de restauración que, finalmente, fue llevado a la práctica sólo en parte, construyéndose celdas nuevas y sus servicios. Poco después, en 1959, el arquitecto Fernando Balbuena Cavallini sumaría alguna celda nueva más. Más adelante, entre los años 70 y 80, el arquitecto Rafael Manzano sería el encargado de restaurar y consolidar el conjunto conventual.

La iglesia

A la izquierda de las dependencias del convento, se halla la iglesia. Su portada es de trazas muy sencillas, estando compuesta por un vano adintelado que se inserta en un arco de poca anchura sustentado por sendas ménsulas con rostros de apariencia humana. Sobre la puerta, hay un tejaroz113 de madera y cubierta de tejas, sostenido en el muro con tornapuntas114 de forja. Bajo él, se pueden ver unas pinturas murales en las que se han representado temas que aluden al Carmelo y que nos las describen en la Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía (ENLACE): “La Inmaculada Concepción entre monjas de la Orden, San José y Santa Teresa y dos tarjas115 con el símbolo de San Elías, la espada flamígera y el libro abierto, el escudo de la Orden Carmelita y la figura del Espíritu Santo en forma de paloma entre cabezas de querubes”. Todas ellas pudieron ser realizadas alrededor del año 1635. Una puerta lateral da paso al compás del monasterio, donde se hallan la portería, el torno, la puerta del convento, un locutorio bajo y el acceso a la iglesia. Este acceso, a la derecha del templo, es también muy sencillo; de forma adintelada, se decora tan sólo con una pintura mural del escudo carmelita sobre el dintel, estando incluida en una tarja que sujetan sendos ángeles.

El templo cuenta con una disposición simple: una única nave cubierta por medio de una bóveda de cañón, mientras que la Capilla Mayor lo hace con una bóveda semiesférica. En los muros, se alternan pilastras con grandes hornacinas en las que se disponen los diferentes retablos. Sería el arquitecto milanés Vermondo Resta, maestro mayor de los Reales Alcázares (ENLACE), quien proyectara en el año 1603 la planta del edificio, así como el pliego de condiciones para su ejecución. Al año siguiente, la mala situación económica hizo que los trabajos tuvieran que ser paralizados, retomándose nuevamente siendo priora del convento la madre María de San José, entre los años 1613 y 1615. El templo sería consagrado, por fin, en 1616.

La primitiva iglesia debía de estar situada en uno de los laterales del claustro central, en el área en que hoy se halla la enfermería. Varias fueron las intervenciones que se llevaron a cabo en ella, destacando la obra que en 1736 realizó el carpintero Fernando Rodríguez para arreglar la bóveda, la reforma de las cubiertas que en 1821 ejecutó José Chamorro, la restauración que se hizo tras el terremoto de 1856 o la instalación de la actual solería de mármol en el año 1866.

Llama también la atención la disposición, poco habitual en los edificios religiosos sevillanos, de los coros, abriéndose el bajo en ángulo recto a la iglesia en el área del presbiterio y situado el alto a los pies de la nave.

El Retablo Mayor que hoy preside el templo ha tenido varios cambios en lo que a la colocación de sus imágenes se refiere, si bien, en los últimos años, éstas han sido colocadas según su estructura original. Se concertó con el ensamblador Jerónimo Velázquez el 15 de febrero de 1630, ascendiendo su precio a algo más de cuatro mil ducados. Además, se contrataría un dibujo en el que quedarían perfiladas sus trazas, un documento que, lamentablemente, no se ha conservado. Sus columnas estriadas alternan con frontones rectos de estilo clásico, con pinturas y esculturas, además de una sencilla decoración de formas geométricas. En el banco, las tallas de Santa Inés con el cordero y de Santa Catalina flanquean el sagrario. En el primer cuerpo, vemos el grupo de San José con el Niño, una iconografía habitual en los conventos de la orden carmelita; se trata de una obra de Juan de Mesa, aunque no se sabe con exactitud la fecha de su creación, si bien se piensa que podría ser anterior al retablo. Hay, asimismo, dos imágenes laterales de autor anónimo y que representan a Santa Teresa de Jesús y a San Juan de la Cruz. La policromía de todas las tallas corrió a cargo, en 1632, del pintor luxemburgués Pablo Legot. El retablo lo completan dos lienzos sobre el profeta Elías y sobre San Juan de la Cruz, ambos de la primera mitad del siglo XVII. En cuanto al cuerpo superior, éste lo preside, en el centro, un Calvario, mientras que a los lados hay sendas pinturas anónimas en las que se han representado dos apariciones milagrosas a Santa Teresa de Jesús: una, Cristo atado a la columna, y la otra, la Virgen María.

En nuestro recorrido por el muro izquierdo, hallaremos, primero, el Retablo de la Inmaculada, del último tercio del siglo XVII y cercano al estilo de Fernando de Barahona, con la imagen principal, obra de Juan de Mesa, posiblemente de alrededor de 1610; cuenta, además, con las esculturas de San Juan Bautista con el cordero y del profeta Elías, completándose con una ornamentación hecha a base de racimos de uvas, frutas y hojarasca; en el cuerpo superior, se ve un altorrelieve sobre los Desposorios místicos de Santa Teresa que flanquean dos ángeles mancebos; estas esculturas parecen salidas del taller de Pedro Roldán, colaborador habitual de Simón de Pineda. Seguidamente, tenemos el Retablo del Calvario, un encargo realizado por los herederos de Héctor Antúnez que fue realizado en 1630 con formas manieristas para una capilla cuyo propietario inicial fue el poeta Francisco de Rojas; en él, destacan las tablas de San Agustín, Santa Catalina, San Juan Bautista, el Cordero Místico y San Juan de la Cruz, todas ellas atribuidas a Francisco Varela; en origen, lo presidía una pintura de la Virgen que se acompañaba de una talla de San Francisco. A continuación, tenemos el Retablo de la Inmaculada, del último tercio del siglo XVII y formado por pinturas anónimas de cronología anterior y autoría anónima; originalmente, se dedicó a San Juan de la Cruz, como puede verse en la inscripción del ático, por lo que pudo haber sido hecho con motivo de su beatificación; en dicho ático, se halla un lienzo de la Virgen del Carmen, mientras que la hornacina central acoge una Inmaculada del siglo XVIII que flanquean pinturas de Santa Teresa inspirada por el Espíritu Santo y de Santa María Magdalena de Pazzis; en el área interior del arco, hay escenas del milagro de fray Jerónimo Gracián contemplando la Sagrada Forma y de la aparición a San Juan de la Cruz de Cristo cargando la cruz. Seguimos por este muro izquierdo hasta llegar al Retablo de la Encarnación, obra de Luis de Figueroa con pinturas que se contrataron en 1627 con Francisco de Herrera, mientras que el dorado y el encarnado fueron del pintor imaginero Baltasar Quintero; aquí, se nos presenta el tema de la Anunciación, estando coronado en el ático por el Padre Eterno y quedando completado el retablo con pinturas sobre San Juan Bautista, San José, la Virgen con el Niño y Santa Teresa, todas ellas del siglo XVIII y atribuidas al pintor sevillano Juan del Espinal. Por último, al lado de la puerta principal, tenemos un retablo compuesto por bustos relicarios y otros elementos recompuestos datados tanto del siglo XVII como del XIX; se ha identificado como un encargo realizado por Antonio Cepeda en 1633 a Antonio de la Puerta.

A los pies de la nave del templo, se localiza el conocido como Retablo de las reliquias, formado por piezas de distinta procedencia; así, en la parte inferior, se pueden encontrar elementos varios, como un autógrafo de Santa Teresa, reliquias del hábito de San Francisco de Asís o distintos relicarios con trozos de las ropas de San Fernando; en el cuerpo superior, se hallan varias imágenes del Niño Jesús, la Virgen de los Reyes y la Inmaculada, donadas por Pedro Muñoz Barrientos en 1755; una urna contiene diversos huesos y, quizás, el cráneo de San Vicente Mártir; finalmente, en la parte superior, se encuentran las que podrían ser las reliquias de Santa Venaria y Santa Juliana.

Pasamos, ahora, al muro de la Epístola. En primer lugar, nada más pasar el acceso principal del templo, generalmente cerrado, se halla en Retablo de Santa Teresita del Niño Jesús, trazado entre 1732 y 1733 por José Maestre; en él, se nos muestra a su titular inserta en una hornacina con un medio baldaquino que flanquean sendas estípites; esta escultura parece ser una transformación de una antigua Virgen del Carmen del siglo XVIII; queda completado con las imágenes de Santa Inés, San Antonio de Padua, la Inmaculada y un relieve con la cabeza de San Juan Bautista. Le sigue el Retablo de San Carlos Borromeo, datado en 1627, presidido por un busto-relicario de dicho santo y completado con distintas escenas sobre su vida de autoría anónima. Por último, al lado de la sacristía, se halla el Retablo de Santa María Magdalena de Pazzis, con una imagen del siglo XIX, mientras que la estructura es una obra recompuesta con diferentes piezas, como parte de un retablo hecho por Bartolomé de la Puerta en 1633 o algunos añadidos del siglo XIX; el conjunto queda rematado en el ático con una pintura de la Piedad fechada en el siglo XVI.

La sacristía de la iglesia es una dependencia visitable, pues se ha convertido en un pequeño museo sobre la historia tanto del convento como de la orden carmelita. En él, se puede ver desde un original firmado del libro “Las Moradas”, hasta distintas cartas particulares de Santa Teresa, o diferentes objetos suyos, como un relicario o su báculo116, entre otras piezas; destaca también un Niño Jesús que recibe el nombre de Quitito por haberlo traído desde Quito la sobrina de la santa, Teresita de Cepeda, quien había sido novicia en la comunidad. Igualmente, se expone en una vitrina una imagen de otro Niño Jesús, conocido como El Peregrinito, obra del siglo XVIII. Incluso hay un magnífico retrato original de Santa Teresa hecho por fray Juan de la Miseria en 1576, del cual se dice que la santa, al verlo, exclamó: “Ay fray Juan, que me has sacado fea y legañosa...”.

El convento

La clausura conventual queda organizada como en otros cenobio ya vistos, alrededor de un claustro central; en este caso, éste se corresponde con el patio de la antigua casa del banquero Pedro de Morga. Pero antes de pasar a él, veamos otros espacios de interés.

En primer lugar, la portería. Se trata de una estancia sencilla del siglo XVII construida nada más atravesar la portada principal, ya vista cuando hablamos de la portada de la iglesia. El interior se cubre con una tablazón con vigas de madera. Queda comunicada con el compás por medio de un arco de medio punto sustentado sobre pares de columnas de mármol con capiteles de pencas117 en el muro izquierdo y dos pilastras toscanas en el otro lado.

Por su parte, el compás es un espacio abierto de planta rectangular que comunica la portería externa con la iglesia y la clausura. Está conformado por, en el lado izquierdo, el muro lateral de la iglesia, lugar en el que se abre una de las portadas de acceso, de factura sencilla y elevada sobre cuatro escalones de mármol hechos con lápidas funerarias reutilizadas; en la parte superior de este muro, se abren sendas ventanas que permiten el paso de luz al templo, mientras que sobre el tejado, hay una buhardilla con un vano rectangular, quedando rematada por un frontón triangular sobre pilastras. En cuanto al muro derecho del compás, aquí se halla la portería interior, lugar en el que se ubica el torno de las monjas. Atravesándola, se llega al claustro.

Éste, en torno al cual están las dependencias principales de la comunidad (refectorio, locutorio, sacristía interior, sala capitular, cocina...), es de planta rectangular y presenta galerías en los cuatro frentes. Las de la planta baja se forman con columnas de mármol con capiteles en los que alternan caulículos118 con hojas de acanto, y con cimacios que sustentan arcos de medio punto enmarcados por alfices. En la parte superior, el esquema que se sigue es el mismo que en la planta baja, si bien cuenta con una balaustrada de mármol, además de destacar las columnas de las esquinas, que se hallan unidas y talladas de manera que forman una sola pieza. Las vigas principales de la techumbre de las galerías están policromadas en las caras laterales con motivos de candelieri123. El suelo y la fuente central del claustro son de realización moderna, si bien para ello se han reutilizado azulejos del siglo XVII. En cuanto a los muros, éstos se hallan encalados y recubiertos en parte por zócalos de azulejos de distintas épocas y, por tanto, diferentes estilos, algunos de ellos presentando motivos vegetales, habiendo empleado colores ocres, verdes y azules sobre fondo blanco, y quedando enmarcados por una composición con forma de rombos con plinto de modillones y crestería125 superior de cornucopias126 y flores. Las puertas que se abren a las galerías se enmarcan con yeserías de motivos góticos y renacentistas.

Del locutorio, de planta rectangular y dividido en dos por una reja, destaca su artesonado de madera, ornamentado con escudos, grutescos, flora y fauna fantástica sobre fondo rojo, el cual data de la época fundacional del convento; también son dignos de mención dos lienzos del siglo XVII, uno, de San José con el Niño, y otro, de San Pedro.

El refectorio, de planta cuadrada, queda presidido por un zócalo de azulejos que rodea su perímetro con representaciones carmelitas del siglo XVII, misma centuria de la que datan algunas pinturas que cuelgan en sus muros, como un San Francisco de Paula, la Sagrada Familia o un Milagro de Santa Teresa. La cubrición se realiza mediante una techumbre plana con vigas de madera que apoyan sobre ménsulas.

Contigua al refectorio, se halla la cocina, de planta cuadrada y cruzada por cuatro arcos de medio punto que parten en ángulo recto desde los muros, juntándose en el centro sobre una columna de mármol. Según algunos autores, antaño, pudo ser el acceso al palacio original, así como al convento del siglo XVI, si bien las reformas llevadas a cabo más adelante, quizás en el siglo XVIII, lo adaptaron a esta otra función.

Seguida del refectorio, hay una doble crujía de celdas que cierra el jardín y la zona trasera de granja. En este pasillo, se puede contemplar un buen número de obras de gran interés artístico, como un retablo barroco de la Virgen del Carmen –llamada Virgen de la Pera– o una talla de San José con el Niño que podría haber salido del taller de Pedro Roldán, además de varios grabados y cornucopias tardobarrocas, y lienzos como los del Nazareno (finales del siglo XVI), los profetas Elías y Eliseo (principios del XVII) y la Virgen de Guadalupe (segunda mitad del XVII), de Andrés Mendoza.

También en la planta baja, se halla la conocida con el nombre de Sala del Relicario, u Oratorio, una pequeña dependencia presidida por un altar de la primera mitad del siglo XVII decorado con pináculos127 y frontones que acoge una bella tabla de la Piedad, cercana al estilo de Luis de Morales y flanqueada por sendas pinturas de San Juan y de la Magdalena. El retablo queda recargado con un buen número de reliquias, calaveras y pequeños huesos de distinta procedencia.

Una escalera une los dos pisos. Construida en el año 1951, sustituye a la original del siglo XVI, ésta de estrechas dimensiones, pero aún conservada. Esta zona de paso la preside un cuadro de la Virgen de Guadalupe, datado en 1721 y firmado por el pintor de origen mejicano Antonio de Torre, así como un retrato del padre Jerónimo Gracián, primer Provincial de la Orden, obra de Cristóbal Gómez de 1583.

En primer lugar, en la planta alta, accederemos al llamado Paso Dorado, una galería que comunica las dependencias de esta zona con las del claustro principal y que recibe este nombre por su artesonado, adintelado y con piñas de mocárabes.

A la derecha de la puerta de la escalera, se halla el salón de la Recreación Alta, de planta rectangular y con un artesonado de madera con forma ochavada sostenido en las esquinas sobre cuatro trompas132 con forma de venera. Aquí, se encuentran los restos de un retablo de finales del siglo XVII muy próximo al estilo de Bernardo Simón de Pineda y que preside una talla de la Inmaculada del Noviciado del siglo XVIII.

Frente a la escalera, está la puerta del oratorio conocido como Celda de la Santa Madre, nombre dado por la escultura sedente de Santa Teresa que en él se halla. Se trata de una dependencia de planta rectangular que se cubre por medio de una techumbre plana de vigas de madera en cuyo extremo hay un arco rebajado que conforma una especie de presbiterio; en él, sobre una mesa de altar, hay un retablo-relicario que se estructura en cuatro calles por pilastras y en cuyo interior presenta una serie de huecos para albergar las reliquias, mientras que en el ático tenemos una pintura del Ecce Homo, copia de Murillo. Además, en esta habitación tenemos varias piezas más de diferente importancia, como un Crucificado de marfil, una escultura de la Virgen con el Niño realizada en barro cocido en 1699 por Luisa Roldán, una imagen de Santa Teresa de alrededor de 1618 y sentada en un sillón isabelino que fue donado por la duquesa de Montpensier o un cuadro de la Divina Pastora, obra del siglo XVIII de Alonso Miguel de Tovar, entre otras.

La biblioteca, a la izquierda de la escalera, es una dependencia de planta rectangular que se cubre por un rico artesonado compuesto por ocho paños en los que se han recreado estrellas de diez puntas que confluyen con una piña de mocárabes en un paño central. En esta habitación, podemos ver una tabla en la que se ha representado un retrato de María de San José, primera priora del convento, siendo una obra datada en el primer tercio del siglo XVII.

Atravesando la biblioteca, podemos llegar al lavadero, instalado en la tercera planta, en la azotea del lateral Este.

Para acabar, en esta planta alta, tenemos el salón, una gran estancia situada en toda la crujía Noroeste del claustro que, colocada en una hornacina abierta en el muro, preside una escultura de la Virgen del Carmen del siglo XVII. Su cubierta, adintelada y de factura moderna, ha conservado los tirantes de madera del artesonado original. A través de esta habitación, unas pequeñas escaleras ubicadas en las esquinas nos permiten acceder al coro alto de la iglesia y al locutorio alto.

De nuevo en la planta baja y desde el coro bajo del templo, se accede al Oratorio de la Madre Juana de la Santísima Trinidad, construido entre los años 1624 y 1627 gracias a las donaciones recibidas por parte de la duquesa de Béjar, que le ha dado nombre. Este oratorio está compuesto por dos pequeñas capillas: la primera es de planta rectangular y se cubre con una bóveda, sirviendo de paso para la capilla principal, ésta de planta cuadrada y cubierta con una cúpula de yeserías planas ornamentada con motivos de cartones recortados.

El 6 de julio de 2010, con fecha de publicación en el BOJA de 27 de julio del mismo año, el Convento de San José del Carmen fue inscrito en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural, con la tipología de Monumento.

Localización: Calle de Santa Teresa, 5. 41004 Sevilla.


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Lourdes Morales Farfán es Licenciada en Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. ↑


Mapa de los Monumentos y puntos de interés




GLOSARIO

- 1 Morisco: Dicho de una persona: Musulmana, que, terminada la Reconquista, era bautizada y se quedaba en España.
- 2 Tarasca: Figura de sierpe monstruosa, con una boca muy grande, que en algunas partes se saca durante la procesión del Corpus.
- 3 Cenobio: Monasterio.
- 4 Privilegio rodado: Privilegio que se expedía con el signo rodado5.
- 5 Signo rodado: Figura circular dibujada o pintada al pie del privilegio rodado y que solía llevar en el centro una cruz y las armas reales, alrededor el nombre del rey y a veces también los de los confirmantes.
- 6 Presbiterio: Área del altar mayor hasta el pie de las gradas por donde se sube a él, que regularmente suele estar cercada con una reja o barandilla.
- 7 Marisma: Terreno bajo y pantanoso que inundan las aguas del mar.
- 8 Maravedí: Moneda antigua española, efectiva unas veces y otras imaginaria, que tuvo diferentes valores y calificativos.
- 9 Collación: Colación. // Territorio o parte de vecindario que pertenece a cada parroquia en particular.
- 10 Juro: Derecho perpetuo de propiedad. // Especie de pensión perpetua que se concedía sobre las rentas públicas, ya por merced graciosa, ya por recompensa de servicios, o bien por vía de réditos de un capital recibido.
- 11 Mayordomo: Oficial que se nombra en las congregaciones o cofradías para que atienda a los gastos y al cuidado y gobierno de las funciones.
- 12 Clavero: Llavero. // Persona que tiene a su cargo la custodia de las llaves de una plaza, ciudad, iglesia, palacio, cárcel, arca de caudales, etc., y por lo común el abrir y cerrar con ellas.
- 13 Catastro del Marqués de la Ensenada: Con el nombre de Catastro del Marqués de la Ensenada se conoce un censo de la población y de la riqueza de Castilla (con excepción de las provincias vascas, que no pagaban impuestos) realizado con fines fiscales, entre los años 1749 y 1756, por el ministro de Fernando VI don Zenón de Semovilla y Bengoechea, Marqués de la Ensenada.
- 14 Fanega: Medida agraria que, según el marco de Castilla, contiene 576 estadales15 cuadrados y equivale a 64,596 áreas17, pero varía según las regiones.
- 15 Estadal: Medida de longitud que tiene cuatro varas16, equivalente a 3,334 metros.
- 16 Vara: Medida de longitud que se usaba en distintas regiones de España con valores diferentes, que oscilaban entre 768 y 912 mm.
- 17 Área: Unidad de superficie equivalente a 100 metros cuadrados. (Símbolo a).
- 18 Desamortización: Desamortizar: Poner en estado de venta los bienes de manos muertas, mediante disposiciones legales. Por medio de varias desamortizaciones, se pusieron a la venta terrenos y otras propiedades de las llamadas “manos muertas” (la Iglesia y las órdenes eclesiásticas), quienes mediante donaciones y testamentos habían llegado a tener una extensión de terreno sólo inferior a las del rey y la aristocracia. Por estas expropiaciones y ventas la Iglesia no recibió nada a cambio. La Desamortización del ministro Mendizábal, llevada a cabo en 1836, fue una de las mayores y obtuvo unos resultados muy alejados de lo que se deseaba: la creación de una clase media en España. Sin embargo, sí fue de gran importancia en la historia de España, al expropiar gran parte de las posesiones eclesiásticas sin recibir la Iglesia, como decimos, nada a cambio. Desgraciadamente, las comisiones municipales encargadas de gestionar los trámites modificaron los lotes de terreno en venta, agrupándolos en grandes partidas que alcanzaban unos precios sólo asumibles por la nobleza y la burguesía adinerada.
- 19 Compás: Territorio o distrito señalado a un monasterio y casa de religión, en contorno o alrededor de la misma casa y monasterio. // Atrio o lonja de una iglesia o convento.
- 20 Friso: Parte del entablamento21 en los órdenes clásicos que media entre el arquitrabe22 y la cornisa24, en ocasiones ornamentado de triglifos25, metopas31 u otros elementos.
- 21 Entablamento: Conjunto de molduras que corona un edificio o un orden de arquitectura y que ordinariamente se compone de arquitrabe, friso y cornisa.
- 22 Arquitrabe: Parte inferior del entablamento, la cual descansa inmediatamente sobre el capitel23 de la columna.
- 23 Capitel: Parte superior de una columna o de una pilastra, que la corona con forma de moldura y ornamentación, según el orden arquitectónico a que corresponde.
- 24 Cornisa: Parte superior del entablamento de un pedestal, edificio o habitación.
- 25 Triglifo: Adorno del friso dórico26 que tiene forma de rectángulo saliente y está surcado por dos glifos30 centrales y medio glifo a cada lado.
- 26 Orden dórico: Orden que tiene la columna de ocho módulos27 o diámetros a lo más de altura, el capitel sencillo y el friso adornado con metopas y triglifos.
- 27 Módulo: Medida que se usa para las proporciones de los cuerpos arquitectónicos. En la antigua Roma, era el semidiámetro del fuste28 en su parte inferior.
- 28 Fuste: Parte de la columna que media entre el capitel y la basa29.
- 29 Basa: Asiento sobre el que se pone la columna o la estatua.
- 30 Glifo: Canal vertical poco profundo que decora el frente de los triglifos en los órdenes clásicos.
- 31 Metopa: En el friso dórico, espacio que media entre triglifo y triglifo.
- 32 Planta de cajón o de sala: Aquella en la que el templo presenta una sola nave y carece de columnas y/o pilares que dividan el espacio.
- 33 Artesonado: Techo, armadura o bóveda con artesones34 de madera, piedra u otros materiales y con forma de artesa35 invertida.
- 34 Artesón: Elemento constructivo poligonal, cóncavo, moldurado y con adornos, que dispuesto en serie constituye el artesonado.
- 35 Artesa: Cajón cuadrilongo, por lo común de madera, que por sus cuatro lados va angostando hacia el fondo y sirve para amasar el pan y para otros usos.
- 36 Refectorio: En las comunidades y en algunos colegios, habitación destinada para juntarse a comer.
- 37 Arco toral: Cada uno de los cuatro en que estriba la media naranja de un edificio.
- 38 Pechina: Cada uno de los cuatro triángulos curvilíneos que forman el anillo de la cúpula con los arcos torales sobre los que estriba.
- 39 Frontón: Remate triangular o curvo de una fachada, un pórtico, una puerta o una ventana.
- 40 Lado del Evangelio y Lado de la Epístola: En una Iglesia, se llama lado del Evangelio al situado en la parte izquierda desde el punto de vista de los fieles, mirando éstos hacia el altar, mientras que el de la Epístola es el de la parte derecha. Toman este nombre de los lados del presbiterio desde donde se lee el Evangelio y la Epístola durante la misa.
- 41 Arcosolio: Arco que alberga un sepulcro abierto en la pared.
- 42 Rococó: Dicho de un estilo artístico: Barroco43 surgido en Francia en el siglo XVIII y caracterizado por una ornamentación abundante y refinada.
- 43 Barroco: Dicho de un estilo arquitectónico o de las artes plásticas: Que se desarrolló en Europa e Iberoamérica durante los siglos XVII y XVIII, opuesto al clasicismo44 y caracterizado por la complejidad y el dinamismo de las formas, la riqueza de la ornamentación y el efectismo.
- 44 Clasicismo: Estilo artístico o literario conforme a los ideales de la Antigüedad grecorromana.
- 45 Neoclasicismo: Movimiento literario y artístico dominante en Europa desde finales del siglo XVII y a lo largo del siglo XVIII, que aspira a restaurar el gusto y las normas del clasicismo grecorromano.
- 46 Grutesco: Dicho de un adorno: De bichos, sabandijas, quimeras y follajes.
- 47 Almohadilla: Parte del sillar48 que sobresale de la obra, con las aristas achaflanadas o redondeadas.
- 48 Sillar: Piedra labrada, por lo común en forma de paralelepípedo49 rectángulo, que forma parte de un muro de sillería51.
- 49 Paralelepípedo: Sólido limitado por seis paralelogramos50, cuyas caras opuestas son iguales y paralelas.
- 50 Paralelogramo: Cuadrilátero cuyos lados opuestos son paralelos entre sí.
- 51 Sillería: Fábrica hecha de sillares asentados unos sobre otros y en hileras.
- 52 Vano: En una estructura de construcción, distancia libre entre dos soportes y, en un puente, espacio libre entre dos pilas o entre dos estribos consecutivos.
- 53 Alarife: Arquitecto o maestro de obras. // Albañil.
- 54 Mudéjar: Dicho de un estilo arquitectónico: Que floreció en España desde el siglo XIII hasta el XVI, caracterizado por la conservación de elementos del arte cristiano y el empleo de la ornamentación árabe.
- 55 Arco carpanel: Arco que consta de varias porciones de circunferencia tangentes entre sí y trazadas desde distintos centros.
- 56 Arco de medio punto: Arco que consta de una semicircunferencia.
- 57 Orden toscano: Orden que se distingue por ser más sólido y sencillo que el dórico.
- 58 Cimacio: Elemento suelto que va sobre el capitel y sirve para aumentar el plano superior de apoyo.
- 59 Ménsula: Elemento perfilado con diversas molduras, que sobresale de un plano vertical y sirve para recibir o sostener algo.
- 60 Gallonado: Motivo de ornamentación que decora los boceles61 de algunos órdenes de arquitectura. // Cada uno de los segmentos cóncavos de ciertas bóvedas, rematados en redondo por su extremidad más ancha.
- 61 Bocel: Moldura convexa lisa, de sección semicircular y a veces elíptica.
- 62 Manierismo: Estilo artístico y literario del Renacimiento tardío, caracterizado por su refinamiento y artificiosidad.
- 63 Óculo: Ventana pequeña redonda u ovalada.
- 64 Crujía: Espacio comprendido entre dos muros de carga.
- 65 Bóveda de cañón: Bóveda de superficie generalmente semicilíndrica que cubre el espacio comprendido entre dos muros paralelos.
- 66 Agua: Vertiente de un tejado.
- 67 Dovela: Piedra labrada en forma de cuña, para formar arcos o bóvedas, el borde del suelo del alfarje, etc.
- 68 Bóveda de arista o por arista: Bóveda de aljibe. // Bóveda cuyos dos cañones semicilíndricos se cortan el uno al otro.
- 69 Enjuta: Albanega. // Espacio triangular comprendido entre la rosca70 de un arco y el alfiz71.
- 70 Rosca: Faja de material que, sola o con otras concéntricas, forma un arco o bóveda.
- 71 Alfiz: Recuadro del arco árabe, que envuelve las albanegas y arranca bien desde las impostas72, bien desde el suelo.
- 72 Imposta: Hilada de sillares algo voladiza, a veces con moldura, sobre la cual va sentado un arco.
- 73 Clave: Piedra central y más elevada con que se cierra el arco o la bóveda.
- 74 Bula: Documento pontificio relativo a materia de fe o de interés general, concesión de gracias o privilegios o asuntos judiciales o administrativos, expedido por la Cancillería Apostólica y autorizado por el sello de su nombre u otro parecido estampado con tinta roja.
- 75 Arco fajón: Arco de refuerzo de una bóveda.
- 76 Luneto: Bovedilla en forma de media luna abierta en la bóveda principal para dar luz a esta.
- 77 Estípite: Pilastra en forma de pirámide truncada78 invertida, con un elemento figurativo en la parte superior.
- 78 Pirámide truncada: Parte de la pirámide comprendida entre la base y otro plano que corta a todas las aristas laterales.
- 79 Rocalla: Decoración disimétrica inspirada en el arte chino, que imita contornos de piedras y de conchas y caracteriza una modalidad del estilo dominante en el reinado de Luis XV de Francia en la arquitectura, la cerámica y el moblaje.
- 80 Manifestador: Dosel o templete donde se expone el Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles.
- 81 Fanal: Campana transparente, por lo común de cristal, que sirve para que el aire no apague la luz puesta dentro de ella o para atenuar y matizar el resplandor. // Campana de cristal cerrada por arriba, que sirve para resguardar del polvo lo que se cubre con ella.
- 82 Arco rebajado: Arco cuya altura es menor que la mitad de su luz83.
- 83 Luz: Distancia horizontal entre los apoyos de un arco, viga, etc.
- 84 Renacimiento: Movimiento artístico europeo, que comienza a mediados del siglo XV, caracterizado por un vivo entusiasmo por el estudio de la Antigüedad clásica griega y latina.
- 85 Locutorio: Habitación o departamento de los conventos de clausura y de las cárceles, por lo común dividido por una reja, en el que los visitantes pueden hablar con las monjas o con los presos.
- 86 Imaginería: Talla o pintura de imágenes sagradas.
- 87 Cíngulo: Cordón o cinta de seda o de lino, con una borla88 en cada extremo, que sirve para ceñirse el sacerdote el alba89.
- 88 Borla: Conjunto de hebras, hilos o cordoncillos que, sujetos y reunidos por su mitad o por uno de sus cabos en una especie de botón y sueltos por el otro o por ambos, penden en forma de cilindro o se esparcen en forma de media bola. También se hacen de filamentos de pluma para aplicar los polvos que se usan como cosmético.
- 89 Alba: Vestidura o túnica de lienzo blanco que los sacerdotes, diáconos y subdiáconos se ponen sobre el hábito y el amito para celebrar los oficios.
- 90 Venera: Concha de la vieira, semicircular, formada por una valva plana y otra muy convexa, de diez a doce centímetros de diámetro, rojizas por fuera y blancas por dentro, con dos orejuelas laterales y catorce estrías radiales a modo de costillas gruesas.
- 91 Facistol: Atril grande en que se ponen el libro o libros para cantar en la iglesia y que, en el caso del que sirve para el coro, suele tener cuatro caras que permiten colocar varios volúmenes.
- 92 Peraltar: Levantar la curva de un arco, bóveda o armadura más de lo que corresponde al semicírculo.
- 93 Filacteria: Cinta con inscripciones que aparece en pinturas, tapices, esculturas, escudos de armas, etc.
- 94 Asistente: Funcionario público que en ciertas villas y ciudades españolas, como Marchena, Santiago y Sevilla, tenía las mismas atribuciones que el corregidor en otras partes.
- 95 Macolla: Conjunto de vástagos, flores o espigas que nacen de un mismo pie.
- 96 Mocárabe: Labor formada por la combinación geométrica de prismas acoplados, cuyo extremo inferior se corta en forma de superficie cóncava, que se usa como adorno de bóvedas, cornisas, etc.
- 97 Columna salomónica: Columna que tiene el fuste contorneado en espiral.
- 98 Espira: Parte de la basa de la columna, que está encima del plinto99.
- 99 Plinto: Parte cuadrada inferior de la basa de una columna.
- 100 Pámpano: Sarmiento verde, tierno y delgado, o pimpollo de la vid.
- 101 Baldaquino: Especie de dosel o palio hecho de tela de seda o damasco. // Pabellón que cubre el altar.
- 102 Camarín: En un templo, capilla pequeña, generalmente exenta, donde se rinde culto a una imagen muy venerada.
- 103 Tenante: Cada una de las figuras de ángeles u hombres que sostienen el escudo.
- 104 Veinticuatro: En algunas ciudades de Andalucía, según el antiguo régimen municipal, regidor de ayuntamiento.
- 105 Casetón: Artesón. // Elemento constructivo poligonal, cóncavo, moldurado y con adornos, que dispuesto en serie constituye el artesonado.
- 106 Bargueño: Mueble de madera con muchos cajones pequeños y gavetas, adornado con labores de talla o de taracea, en parte dorados y en parte de colores vivos, al estilo de los que se construían en Bargas.
- 107 Relicario: Lugar donde están guardadas las reliquias108.
- 108 Reliquia: Parte del cuerpo de un santo. // Aquello que, por haber tocado el cuerpo de un santo, es digno de veneración.
- 109 Almagra: Almagre. // Óxido rojo de hierro, más o menos arcilloso, abundante en la naturaleza, y que suele emplearse en la pintura. // Dicho de un color: Semejante al del almagre.
- 110 Roleo: Voluta111 de capitel.
- 111 Voluta: Figura en forma de espiral.
- 112 Cielo raso: En el interior de los edificios, techo de superficie plana y lisa.
- 113 Tejaroz: Alero del tejado. // Tejadillo construido sobre una puerta o ventana.
- 114 Tornapuntas: Madero ensamblado en uno horizontal para servir de apoyo a otro vertical o inclinado.
- 115 Tarja: Tarjeta. // Adorno plano y oblongo sobrepuesto a un elemento arquitectónico, que por lo común lleva inscripciones, empresas o emblemas. // Cartela. // Pedazo de cartón, madera u otra materia, a modo de tarjeta, destinado para poner o escribir en él algo.
- 116 Báculo: Palo o cayado que se usa para sostenerse.
- 117 Penca: Hoja, o tallo en forma de hoja, craso o carnoso, de algunas plantas, como el nopal y la pita. // Nervio principal y pecíolo de las hojas de ciertas plantas, como la acelga, el cardo, la lechuga, etc.
- 118 Caulículo: Cada uno de los vástagos o tallos que nacen del interior de las hojas de acanto119 del capitel corintio120 y se vuelven en espiral bajo el ábaco122.
- 119 Acanto: Planta de la familia de las acantáceas, perenne, herbácea, con hojas anuales, largas, rizadas y espinosas. // Ornato hecho a imitación de las hojas del acanto, característico del capitel del orden corintio.
- 120 Orden corintio: Orden que tiene la columna de unos diez módulos o diámetros de altura, el capitel adornado con hojas de acanto y caulículos, y la cornisa con modillones121.
- 121 Modillón: Miembro voladizo sobre el que se asienta una cornisa o alero, o los extremos de un dintel.
- 122 Ábaco: Conjunto de molduras, generalmente en forma de dado, que corona el capitel y tiene la función de recibir directamente la carga del arquitrabe.
- 123 Candelieri: Tipo de ornamentación surgido en Italia durante el Renacimiento que recuerda el arte antiguo y que se da tanto en pinturas como en relieves escultóricos de obras arquitectónicas. Es una decoración vegetal en la que se nos muestran hojas de acanto, cintas, etc. y que se da principalmente dentro de las pilastras y columnas, aunque también podemos verlo en retablos dentro de capillas de iglesias y catedrales. En la Península Ibérica, este tipo de ornato se prolongó durante los estilos plateresco124 y barroco, conociéndose también como “zarcillo de acanto”. Si bien el diseño es un tanto libre por parte del autor, es usual verlo realizado en plafones rectangulares, con un centro hecho con una copa o candelabro y con una decoración simétrica a los laterales.
- 124 Plateresco: Dicho de un estilo arquitectónico: Que se desarrolló en España en el siglo XVI y que se caracteriza por una ornamentación que recuerda las filigranas de los plateros.
- 125 Crestería: Línea continua de ornamentos que coronan una fachada, tejado, sillería de coro o altar.
- 126 Cornucopia: Vaso en forma de cuerno que representa la abundancia.
- 127 Pináculo: Parte superior y más alta de un edificio o templo. // Remate piramidal o cónico que en la arquitectura gótica128 cumple una doble función, estética y estructural.
- 128 Gótico: Dicho del arte: Desarrollado en Europa desde finales del siglo XII hasta el Renacimiento y caracterizado, en arquitectura, por el arco apuntado129, la bóveda de crucería130 y los pináculos.
- 129 Arco apuntado: Arco que consta de dos centros situados en la línea de arranque.
- 130 Crucería: Conjunto de nervios131 que refuerzan y ornamentan las intersecciones de las bóvedas, típico del estilo gótico.
- 131 Nervio: Arco que, cruzándose con otro u otros, sirve para formar la bóveda de crucería. Es elemento característico del estilo gótico.
- 132 Trompa: Bóveda fuera del paramento de un muro.

DATOS DE INTERES

HORARIOS DE APERTURA/VISITA:

LOCALIZACIÓN Y COMUNICACIONES:
CARRETERAS:
Autopistas:
- A-4, que la conecta con Córdoba y Madrid
- A-49, con Huelva y Portugal
- A-66, con Extremadura
- A-92 con Málaga

FERROCARRIL:
- Estación de Santa Justa

RENFE, Telf: 902 240 202
http://www.Renfe.es

AEROPUERTO: - Aeropuerto de San Pablo

PUERTO: - Por Sevilla pasa el Guadalquivir, el único río navegable de España, por lo que es posible llegar a la ciudad desde el Océano Atlántico.


BIBLIOGRAFIA Y ENLACES EXTERNOS:
- José María de Mena: “Historia de Sevilla”; Plaza&Janés Editories, S.A.; ISBN: 84-01-37200-3; Depósito Legal: B.37.692-1987.
- Manuel Jesús Roldán: “Conventos de Sevilla”; Editorial Almuzara; ISBN: 978-84-15338-28-4; Depósito Legal: J-1798-2011.
- Manuel Jesús Roldán: “Historia de Sevilla”; Editorial Almuzara; ISBN: 978-84-16100-18-7; Depósito Legal: CO-690-2014.
- Rafael Sánchez Mantero: “Historia Breve de Sevilla”; Silex Ediciones; ISBN: 84-7737-038-9; Depósito Legal: M-26207-2000.
- Vicente Traver: “La casa de Santa Teresa en Sevilla. Residencia de D. Armando de Soto”; pp: 150-157; Revista Arquitectura 100 Años, nº 96, abril 1927.
- DECRETO 3442/1969, de 19 de diciembre, por el que se declara monumento histórico-artístico el Real Monasterio de San Clemente, de Sevilla.
- DECRETO 1859/1971, de 8 de julio, por el que se declara monumento histórico-artístico el convento e iglesia de la Madre de Dios, de Sevilla.
- DECRETO 178/1993, de 30 de noviembre, por el que se declara bien de interés cultural, con la categoría de monumento, el Cuartel del Carmen (antiguo Convento de Carmelitas Calzados), sito en la calle Baños, números 46 y 48, de Sevilla.
- DECRETO 207/1995, de 29 de agosto, por el que se declara bien de interés cultural, con la categoría de monumento, el convento de San Leandro, sito en la plaza de San Ildefonso, numero 1, en Sevilla.
- DECRETO 326/2010, de 6 de julio, por el que se inscribe en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural, con la tipología de Monumento, el Convento de San José del Carmen, «Convento de las Teresas», en Sevilla.
- Web oficial de la Hermandad de la Macarena de Sevilla
- Web oficial del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla
- Web oficial Jesuitas - Provincia de España
- Siempre Adelante – Archidiócesis de Sevilla
- Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía - Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico
- Web oficial del Ayuntamiento de Sevilla
- Plan General de Ordenación Urbana de Sevilla
- DRAE

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